En un lugar llamado Veliko Tarnovo me puse a dejar volar la imaginación mientras estaba sentado con la vista perdida mirando el horizonte de un fabuloso atardecer. Allí estaba yo con una cerveza bien fresca en la mano viendo el espectáculo gratuito del atardecer. De frente veía las escarpadas casas de colores que resaltaban entre el verdor de los árboles y el precioso azul que iba mostrando un fascinante ocaso del día.
En esos momentos me embriagaba la felicidad de sentir la libertad absoluta, es en esos instantes cuando uno piensa en cosas como el paso del tiempo y recordé que ya llevaba un mes viajando. Pensé en lo rápido que a veces pasa todo, quizá no era solamente el presente viaje, también era la vida misma. Pero cuando un atisbo de melancolía me venía pude sentir el armonioso sonido de los pájaros y enseguida se me recompuso una sonrisa de oreja a oreja y pude sentir el brillo de alegría en mis ojos.
De repente pensé en la cantidad de experiencias que había sentido en los pasados treinta días en un país del que hace bien poco desconocía absolutamente todo. Y también sonreía ante lo que estaba por venir y que solamente el paso del tiempo y el camino recorrido me iban a mostrar.
Una vez más apenas había preparado mucho el viaje. Iba inspirado simplemente por la ilusión de lo desconocido pero también por mi humilde tributo a uno de los grandes escritores y viajeros románticos del pasado siglo. Era el sentido y humilde homenaje hacia aquel tiempo de los regalos con ese tercer libro no publicado de una trilogía inacabada que honraba a uno de mis grandes héroes: Patrick Leigh Fermor.
Simplemente sabía que tenía que conocer Bulgaria y Rumania antes de llegar a una Estambul que quizá me resolvería algunas dudas. Viajaba en busca de algo , quién sabe si era un sueño o simplemente muchas leyendas. O quizá lo más sensato era pensar que se trataba de un algo o un todo que ignoraba.
Sentía que el viaje y los pasos recorridos eran la mejor forma que hay de dejar momentos atrás y de proyectar un futuro que en esos momentos desconocía por completo. Pero también era el viaje en honor al leer y viajar para honrar a un libro gracias al cual pude dar la vuelta al mundo. El viaje del Camino de Santiago había sido el inicio de un nuevo proceso catalizador de cambio en mi vida y ahora llegaba de nuevo el momento de viajar sin la dictadura del reloj al no tener marcada la fecha de un billete de vuelta.
Pensaba en esos momentos en el inicio del viaje y en todo lo que yo desconocía. Estaba inmerso en el espectáculo natural al ver el ocaso de un nuevo día que se nos iba . Veía el cielo y la esplendorosa escultura de un caballo saludando al viento ante el inmenso cielo azul y en ese instante pensaba en un billete de ida que me llevó de Madrid a Sofia.
El resto vino en función de los caminos, las sensaciones y lo que la propia ruta me fue dictando. Desconocía prácticamente todo de Bulgaria, a decir verdad esa parte de Europa permanece desconocida no solamente para el ciudadano medio, lo hace también para la mayor parte de los viajeros.El extremo oriental del sur de Europa es un cruce de caminos del que apenas sabemos nada, y Bulgaria es un lugar que marca ese desconocimiento como pocos. Los Balcanes volvían a ser de nuevo un lugar al que llegaba en un momento de cambio, tierras diversas que simplifican como pocas la diversidad de una vieja Europa que en estos momentos languidece ante un incierto futuro
Ahora, desde la calma que me proporcionaba estar recién llegado a la última parada de Bulgaria pensaba en todo lo que dejaba atrás. Sobre la cama del agradable hostalito de la parte vieja de Veliko Tarnovo aparecían esparcidas viejas fotos, postales, libros y mapas.
Veía pasar delante de mis ojos el transcurrir del tiempo de las pasadas semanas con todos sus lugares y con las gentes que había encontrado en los caminos. Pasaba con calma las hojas de la vieja libreta negra y allí podía ver las numerosas notas que tenía anotadas durante las pasadas semanas. Contrastaba el signo de interrogación del inicio con las vivencias y nombres de monasterios, montañas, mares, personas, ciudades y pueblos.
Me venían las imágenes en el vuelo rumbo a Sofia y como yo leía por primera vez los nombres de unos lugares que ignoraba completamente y que eran parte de mi próximo destino .Y mientras subrayaba aquellos nombres se producía eso de leer sobre un país Bulgaria , donde absolutamente todo me sonaba a nuevo y a desconocido. Esa extraordinaria sensación de llegar a lugares de los que desconoces casi todo y que siempre me ha puesto en un estado de euforia dificilmente explicable.
Ahora, mientras la agradable brisa del verano golpeaba mi rostro me sentía en calma y en paz. Estaba recién llegado a Veliko Ternovo y recordaba con una sonrisa eso que estaba ante la última parada de un país por el que había estado viajando el pasado mes. Atrás quedaban nombres de lugares de los que desconocía todo: Sofia,Rila, Bansko, Plovidiv, Varna, Burgas, Sozopol, Nesebar, y Chernomrets.
Veliko Tarnovo me recibía como suele ocurir con ciertos lugares a los que llegas tras seguir los dictados del corazón. La belleza aparecía en cualquier momento durante los tres días que pude disfrutar de esa agradable enclave que sería mi puerta de salida de Bulgaria. Los reflejos del amanecer se mezclaban con los maravillosos colores al atardecer, en su fantástica fortaleza brillaban los colores de las banderas al viento, y en las calles con sonidos de violines de fondo llegaban fugazes destellos de una calma que me sabía a gloria.
Allí fueron pasando los días sintiendo la belleza del viaje y el deambular sin rumbo fijo por una agradable ciudad con aire de pueblo en la que rápidamente me sentí a gusto. La juventud y el ambiente estudiantil se notaba en un lugar que me servía de reposo antes de saltar a la vecina Rumania.
Veliko Tarnovo fue un enclave perfecto para dejar atrás lo vivido en Bulgaria. Ahora pensaba en lugares , pero sobre todo como en otros tantos viajes me venían a la mente rosotros de gentes diversas. Las mujeres del avión, el profesor de universidad con un hostel, la camarera del pueblo de alta montaña, el recepcionista borrachín, la mujer que hablaba sola, los monjes de los monasterios, la mujer que esperaba huéspedes en la estación, las abuelas que ms sirvieron como caseras, la estudiante de español, la couchsurfer que me llevó al parque con sus amigos a beber cerveza, las mujeres que me ayudaron a coger el taxi colectivo, la traductora de español que encontré en el parque, las viajeras asiáticas, las miradas perdidas en el tranvía…
Y ahora me veía cerrando la puerta de un nuevo hostal que representaba el fin del viaje por un país tan fascinante como desconocido. Así que de nuevo con la mochila al hombro partía y atravesaba las calles de una antigua ciudad llamada Veliko Tarnovo. Allí desde una humilde estación de tren me esperaba un largo viaje que me llevaría a una Bucarest que resultó ser una vieja y fascinante dama con muchas caras…
Hoy la cita es : «Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas» Pablo Neruda
@Claudia : Gracias, me alegro que te haya gustado.
Muy bonita esta entrada Iván
Gracias Pau, siempre inspirado en los Balcanes 🙂 . Un abrazo amigo
Gracias por dejarnos viajar con tus palabras!