Siempre he sentido una enorme atracción por viajar en los países del antiguo Telón de Acero. Hace años leí como mi admirado Colin Thubron decía que le había fascinado poder conocer aquellos países que durante mucho tiempo estuvieron vetados. Y es que nos fue muy lejano el tiempo en el que una parte del mundo estaba bajo el yugo soviético y el sistema comunista. A los que hemos hemos nacido en el supuesto mundo occidental solamente nos queda leer o imaginar lo que fue la vida en aquellos países.
Hace unos meses terminé un libro sensacional de Manu Leguineche “ La Primavera del Este” en el que se recreaban las revoluciones de aquellos países en busca de libertad y la vida de su población. Como tantos otros grandes libros me servía como base perfecta para preparar un nuevo viaje.
Durante muchos años permanecieron casi ocultos todos esos países para los viajeros occidentales. Algunas veces , al pasear por las calles del Este o ver sus vetustos edificios uno cree encontrarse en otra época, como si de un viaje en el tiempo se tratase. Y aquí en los países balcánicos el cruce de caminos lo he experimentado como en muy pocos lugares del mundo. El crisol de razas, lenguas, religiones, imperios y la influencia variopinta han hecho mella en estos pueblos a lo largo de la Historia reciente.
El Imperio Austro-Húngaro mirando a Occidente y el Imperio Otomano a Oriente sirvieron como tablero de ajedrez del juego geopolítico y estratégico que la zona ha vivido durante siglos. Así que a poco que uno deje volar la imaginación y decida viajar por la zona es fácil vivir numerosas aventuras tanto del presente como imaginando lo que pasó en tiempos no muy remotos.
Rumania suponía desde hace años un destino que estaba marcado con letras doradas en mis sueños viajeros. Recuerdo hace tiempo en mi viaje desde Budapest a Venecia que empecé a poner ilusiones en aquella aventura de conocer Rumania.
Y es que en aquel maravilloso viaje disfruté mucho durante mi estancia en la ciudad y en el Unity Hostel de la capital Húngara. Allí pude conversar durante horas con una bella viajera francesa que me hablaba maravillas de su viaje por Rumania. Sus historias iban desde viejas ciudades rumanas con muchos colores a los contrastes de un bello paisaje natural que se acoplaban en armonía con michos misteros y leyendas. En aquellos lugares la agradable y nostálgica presencia de las gentes que muchas veces tenían la mirada de los profundos cambios que el país estaba experimentando tras la caída de Ceacescu y el Comunismo.
Y ahora tengo la suerte de estar aquí recreándome ante la mirada del viaje en el tiempo que mi admirado Patrick Leigh Fermor hizo hace ochenta años. Muchas cosas han cambiado en el mundo, pero casualmente tanto en su viaje como en el que ahora realizó las sensaciones de Europa son similares.
La crispación social y la crisis económica galopante hacen huella en una sociedad que a veces parece que navega sin rumbo fijo. En aquellos años, los inicios de la década de los treinta del pasado siglo Rumania vivía como el resto de Europa mirando un futuro incierto y fruto de ello fue el auge de los extremismos que años más tarde asolarían tanto el continente como al mundo.
Viajando por Transilvania me he encontrado muchas veces inoptizado por la majestuosidad de lo lugares y los recuerdos de la Historia. Era una constante el emocionarme al mirar esas plazas de colores, sintiendo esos atardeceres majestuosos donde el ocaso del sol se mezclaba con las tonalidades de las paredes de unas casas que se asemejaban a un arco iris. Y de fondo como si de una obra de teatro se tratara el tiempo parecía detenerse mientras se escuchaba el apacible sonido de las campanas de la iglesia o una orquesta tocando en la plaza central.
A lo lejos resplandencían unas veces bosques sobre montañas majestuosas, pero otras veces lo hacían viejos castillos donde la leyenda y el misterio se mezclaban para inmortalizar el momento y lugar. Uno recordaba con nostalgia aquellos tiempos de inocencia infantil donde leía la historias del vampiro más universal.
Y es ahora en la edad adulta cuando por fin podía conocer la tierra que le veía nacer. Así nacen muchos sueños viajeros del que esto escribe, de las hermosas páginas de un simple libro a la realidad de vivirlos en carne propia. No hay nada mejor de poder ver como aquellas ensoñaciones se convertían en realidad tras los ecos y reflejos de aquella obra maestra que llevaba impresa la huella eterna en la prosa magistral de Bram Stoker.
Sentarse frente al río con un libro en las manos, viendo como frente a uno los pescadores urbanos intentan pescar o bien dejarse llevar por las horas de un reloj por el que no pasa el tiempo.
Sonrisas nobles y cercanas que muestran el carácter bueno de la gente popular que siempre honran al viajero independiente. Al fondo mientras uno avanza entre las páginas de la aventura aparece la majestuosidad del sol que va sintiendo como vence un nuevo día para pronto dar paso a la noche. Y ahora el reflejo de las aguas nos regala esos espejismos de colores donde el reflejo del cielo se mezcla con la fantasía de un mundo atemporal donde aquel mágico tiempo de los regalos se acoplaba entre los bosques y el agua.
A lo lejos resuena el sonido de un viejo violín cuyo sonido creo reconocer, es el bueno de Walter Starkie que me sonríe brindando con una cerveza desde algún lugar del más allá . Al otro lado del bar Patrick Leigh Fermor toma notas en una vieja libreta desgastada mientras lee un viejo libro cuyo nombre creo conocer.
Recibo un golpe en el brazo, es el revisor del tren que me sonríe y despierta. Me dice que ya hemos llegado a nuestro destino y que soy el único pasajero que todavía queda en el tren. Recojo la mochila y avanzo adormilado por los pasadizos subterráneos de una vetusta estación de tren. Mientras subo las escaleras una vieja señora me habla y me pregunta el lugar del que vengo. Respondo a la buena mujer y pienso que a lo mejor he soñado despierto.
Mientras busco un nuevo camino que me lleve a un lugar donde pasar la noche pienso que estoy completamente seguro de haber vivido algo de todo aquello. Siento felicidad al recordar aquellos atardeceres mágicos cuando el sol se mezclaba con los colores de las casas y miraba al horizonte sintiendo como los reflejos del río se mezclaban con la música. Todo ello para vivir un sencillo y bello tiempo de los regalos….
Hoy la cita es : » Nunca he permitido que la escuela entorpeciese mi educación» Mark Twain
Esa es una buena combinación amigo Pau, buenos libros y bellas mujeres. Aunque en el caso de las mujeres si tengo pareja soy fiel y no cambio como con los libros 🙂 . Un abrazo amigo
Literatura y mujeres, son tu perdición Iván, así no pararías de viajar nunca 😉