No recuerdo la primera vez que me topé con la magia de un tal Julio Verne, imagino que fue en el colegio y luego en esos libros familiares que se heredan. Recuerdo desde siempre haber leído muchos libros de aventuras, tanto en clase como en la biblioteca pública del barrio. Ya se sabe que por aquellos tiempos no había kindle así que muchos de los libros de Verne no eran bytes, eran obras que estaban muy bien encuadernadas con un precioso formato en color granate que emanaban un brillo mágico que le daban el aspecto de colección especial.
Supongo que Verne es uno de esos genios indefinibles cuyo legado cambia vidas y marca el rumbo de muchos sueños. Tampoco logro recordar la primera ocasión que leí «La vuelta al mundo en ochenta días» y a día de hoy ignoro si las relecturas de ese memorable libro son tres, cuatro o cinco . El número de veces la verdad que en ese caso no importa demasiado, como con «El Principito» de Saint Exupery, cada vez que los releo sonrío y me siento fascinado tanto por sus legendarias historias como por el mensaje que me dejan. Así que resulta lógico pensar que un niño que leyó en un libro aquello de dar la vuelta al mundo tuviera en alguna parte guardada esa semilla y sueño de hacerlo realidad. Y ahora, era el preciso momento de cumplir lo que una vez soñé y lanzarme a luchar por vivir aventuras que los libros me enseñaron a amar.
Y es ahora cuando despierto en una mañana templada y me doy cuenta de que estoy en China y que llevo casi ocho meses viajando por Asia.Mochila al hombro atravieso el que ha sido mi hogar durante más de una semana, el sonido del agua del gorgoteo de un estanque me despide y me va llevando a la calle. Atrás quedan los momentos y las gentes que he conocido en el fantástico Mingtown Etour Hostel de Shanghai. Salgo a la calle y saludo a la señora de la tienda de ultramarinos donde he comprado tantas cervezas. Le digo que volveré pronto, y así con hasta luego camino rumbo a la cercana People’s Square donde un bus me llevará al puerto.
Shanghai amanece y empieza a intuirse el bullicio de un nuevo día en la inmensidad de la super comercial megalópolis china. En el bus soy el único occidental, y como tantas otras veces observo como algunas abuelas me miran con inmensa curiosidad. Intento leer, pero tengo detrás a un par de jovencitas que me dicen Hello y me preguntan tanto mi nacionalidad como el nuevo destino al que me dirijo. De repente y con una sonrisa en el rostro salen de mi boca las palabras » I am going to Japan». El día es gris a más no poder, la polución de Shanghai es abismal, ahora mientras miro por la ventana del bus urbano y veo a miles de chinos es una de esas veces en las que pienso en la locura del desarrollo que llevan en China. Al llegar a Shanghai me sentía como en Nueva York , atrás quedaban otras ciudades, pueblos y villas durante los dos meses que llevaba recorriendo China. La verdad es que fue caótico muchas veces, siempre fascinante, pero ahora mismo pienso que deseo largarme de China y llegar a Japón, quiero dejar atrás lo vivido en el país que empieza a marcar el paso firme del nuevo orden global.
Me despido con una sonrisa de las jovencitas estudiantes del bus que siguen rumbo a sus clases de instituto, yo en cambio me bajo en una parada de bus que me llevará a una terminal de ferry para viajar a otro país. Tengo desde hace días el billete de barco que me llevará de Shanghai a Osaka. Desde que comencé el presente viaje vuelta al mundo supe que debería viajar en barco algunas veces e intentar al menos llegar de un país a otro. Y el trayecto que tenía con letras de oro era el viaje en barco que me debería llevar desde China a Japón.
Al bajar a la terminal miro a mi alrededor y me encuentro con que soy el único occidental a excepción de una pareja de holandeses que llevan unos dos meses viajando por Asia. Me siento en uno de los pocos asientos libres que quedan en recepción y rápidamente me habla la persona que tengo al lado. Se apellida Chang ( o eso creo entender ) y es un chino jubilado que va con su mujer a pasar una semana a Japón. Su aspecto y estilo le delata, ingeniero retirado de clase alta que se siente superior a la mayor parte de sus compatriotas que hay en el lugar. Al poco rato empieza a contarme las bondades del desarrollo chino y a decirme que lo que vemos enfrente era hace no mucho granjas y terrenos de cultivo. Tras los chequeos de equipajes de rigor pasamos al barco y allí me voy a la zona donde dormiré, he optado por lo que sería la tercera clase, un espacio abierto con tatami que es la tarifa más barata del trayecto que aquí catalogan como segunda b. El señor Chang y su mujer me invitan a tomar un té a su compartimento, tienen la suite y rápidamente me dicen que es la más cara de todo el barco, en esos momentos es cuando sonrío para mis adentros y les digo que yo estoy en la más barata en el humilde tatami donde comparto un inmenso espacio con tan solo dos viajeros.
Me siento con un libro en el hall, mientras observo a las bellas azafatas asiáticas que van acompañando a algunas personas a sus respectivos compartimentos. Subo a cubierta y allí me tomaré un té con la mirada perdida ante el caos que es Shanghai. Delante tengo la ciudad que marca parte del ritmo del mundo con su contaminación extrema y los cientos de barcos que van o vienen transportando miles de containers. Es ahora cuando por mil motivos pienso en Verne y en el gran viaje lleno de aventuras que hizo vivir a un caballero llamado Phileass Fogg .
Allí , en el culo del mundo que ahora es el Mar de la China es donde recuerdo los libros que hay en mi casa en Oviedo, también en los de la biblioteca pública del barrio y las de todos aquellos lugares donde he vivido. En esos momentos puedo ver que me traslado muy lejos, siento la belleza del camino recorrido, los lugares que he visto y todo lo que he sentido y vivido. Mientras pienso en Verne y su genialidad me llegan a la mente los viejos dibujos de Fogg con su entrañable compañero Picaporte. Libros y viajes se acoplan de nuevo en mi vida, y allí estoy ahora mismo viendo como los marineros levantan anclas para llevarnos a Japón. En esos momentos me piden una foto dos mujeres chinas y siento de nuevo la curiosidad que siempre ha habido entre Occidente y el lejano Oriente .
Shanghai queda ya lejos, la mar se abre delante de nosotros y con un libro en la popa de barco me emociono al ir a toda máquina rumbo al país del sol naciente…
Hoy la cita es : «Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad.» Julio Verne
Hola Facundo. El viaje de Shanghai a Osaka son dos días, incluyendo las dos noches. Saludos.
Que lindo viaje!
Cuanto tardaste en llegar a destino?
Un saludo!
Tomo nota de tu post para el próximo viaje que tenemos en mente!
Fuet-i-Mate
Jo, tantos viajes bonitos que ya no se cual escoger para hacer!
Hostel Barcelona
Hola Laura. Es un viaje especial eso de ir en barco de China a Japón. Os deseo lo mejor. Buena mar 🙂
Que lindo viaje Ivan, estaremos pronto por ahí!.
Besos.
Lau
Hola Sabela, pues muchas gracias, me agrada que te haya servido de algo las historias que escribo. Un abrazo viajero
Felicidades por el blog!!!!
Llevo tiempo siguiéndolo y por ello te he premiado con el PREMIO DARDOS. Puedes ver la entrada en:
http://viajandoimagenesysensaciones.com/2013/07/01/premio-dardos/
Un saludo!
Gracias Pak. Ese viaje en barco merece la pena, te lo recomiendo, las sensaciones de navegar el mar de China y de llegar a Osaka y/o a Shanghai en barco no se puede comparar con eso de hacerlo e avión. Ya sabes bien de esos bonitos sentimientos del slow travel 🙂
muy buen relato compañero, un día lo haré emulandote a ti y al señor Fogg 😉
Gracias Pau. Fue un viaje inolvidable y altamente recomendable cuando se tiene tiempo. Llegar a Osaka en barco y luego a Shanghai es algo senacional y mágico, una gran experiencia. Un abrazo amigo
Recuerdo que una vez me contaste esta historia en persona. A ver cuando nos tomamos una cerveza.