Atardecer mágico sobre las dunas de Khongoryn els , desde la cima divisamos diferentes cuadros sacados de una obra perfecta. A nuestra izquierda un paisaje que hemos conocido estos días pasados, en cambio a la derecha se muestran de forma armoniosa un conglomerado de dunas que se dilyen en la inmensidad con esa belleza tan majestuosa y especial del desierto. Ver el ocaso del sol en el desierto es sin duda una de esas experiencias que nunca se olvidan, como jamás uno puede dejar de pensar en la súblime vista que tiene el cielo estrellado cuando llega la noche y puedes apreciar cientos de estrellas extendiéndose a lo largo del firmamento. En esos momentos uno deja volar la imaginación y puede ver a lo lejos como El Principito va de estrella en estrella recordándonos que jamás debemos dejar de soñar.
Y en momentos así recuerdo aquello que nos dice el bueno de Javier Reverte ´Viajar es un acto de libertad, al igual que escribir es un modo de ser libre. El viajero busca lo que no imagina. Ningún lugar puede defraudar cuando se ha llegado a él guiado por la emoción. Y esa misma emoción es la que lo lleva a seguir buscando nuevos caminos y nuevas personas para conocer y crecer. Al fin de cuentas, de eso se trata viajar.´
Nuestro tiempo en el Gobi se acaba y debemos volver a Ulan Bator, el tren nos espera de nuevo, un tren que rige un viaje lleno de contrastes y de cambios de paisajes a lo largo de la inmensa extensión terrestre que estamos recorriendo desde San Petersburgo a Pekín. En el camino de vuelta a Ulan Bator nos daba tiempo a cruzarnos con un grupo de nómadas que estaban desmontando su ger. Poder presenciar con mis propios ojos lo que había visto muchas veces en los documentales de la tele me causa una grata sensación de felicidad. Las sonrisas y el afable carácter del pueblo mongol se refleja en los sinceros rostros de esta entrañable familia.
En momentos tan especiales recuerdo a aquel joven soñador recorriendo Europa y Asia con una mochila y viendo como la gente es lo mejor: se abre al joven viajero, mostrándole lo más recóndito de su alma, entregada, frente al inofensivo y joven testigo, a un monólogo en el que laten, prístinas, directas, las vidas, las esperanzas y los sueños de un tiempo perdido.
Y la sonrisa y amabilidad del pueblo mongol es algo que nos acompañó durante todo el trayecto, tanto en la capital como en el ger más remoto en la inmensidad de la aparente NADA. Pudimos estar una hora viendo a la gente desmontar su vivienda móvil, poder presenciar con nuestros ojos un hecho que poco ha cambiado a lo largo de los siglos. Gotov y Bayra hacían sin duda de perfectos anfitriones entre la gente de su país y su simpatía y sonrisas nos habían irradiado durante estos 8 días. Los cuatro somos conscientes de que no nos podían haber tocado dos guías mejores.
La vuelta a la ciudad nos permite volver al que fue nuestro primer ger, allí vamos a ir poco a poco mentalizándonos que este maravilliso viaje por el Gobi va llegando a su fin. La última noche en la inmensidad de los espacios abiertos es especial, tanto Claudia como yo divisamos un mar blanco a lo lejos y vamos caminando hasta la que resulta ser una salina en la mitad de la nada. Dicho espacio ejerce como un imán ante el reflejo del cielo y de las estrellas. Pero ol que aparece a simple vista como cercano resulta ser un espejismo que está al menos a unos 5 kilómetros de distancia.
Observar la inmensidad del cielo mongol desde aquí es verte rodeado de montañas, de la belleza del silencio y de un sol que se va para dejar paso a su hermana la luna. En momentos así uno cree encontrarse con muchas cosas de uno mismo, con momentos que deja atrás, con otros viajes, y con los viejos libros que le han llevado hasta aquí.
Llega un nuevo día y ese amanecer resulta ser nuestro último desayuno en un ger, podemos ver los rostros y las sonrisas del pueblo mongol en la niña que nos mira, Claudia juega con ella y le enseña a pintar con unos colores y cuadernos que les hemos dejado. Sin duda que cuesta imaginar que familias sigan viviendo de la misma forma que hace siglos . Un mundo que contrasta con el otro del que venimos y es que son dos mundos que poco tienen que ver. Del mundo de los nómadas del Gobi al otro mundo marcado por el consumo, Internet, Ipods y tantos aparatos . Allí ,en la lejana Mongolia muchas de estas cosas parecen no ser nada más que recuerdos de una vida lejana.
Llegamos a Ulan Bator y nuestros subconscientes van haciéndose a la idea de volver a disfrutar una ducha tras una semana alejados del agua y de las comodidades . En esos casos uno empieza a echar de menos ciertas comodidades de la que queramos o no es la sociedad donde hemos nacido. Tras la merecida ducha nos da tiempo para saborear poco a poco lo que hemos vivido. A veces llega a nosotros el sonido del silencio bajo la belleza de un cielo mágico, agradecemos todo a Gotov y a Bayra y les dejamos una propina, se siente uno reconfortado con gente así y también al ser recibidos de forma afectuosa y alegre por los propietarios del fantástico Golden Gobi.
Nuestras últimas horas en Ulan Bator las pasamos en nuestro restaurante favorito saboreando una fantástica pasta que se agradece. Volvemos aquí en muchos aspectos de manera diferente a la que fuimos. Me alegra el haber compartido este viaje tan especial con una mujer maravillosa como Claudia. Debemos volver al Golden Gobi Hostel , nuestras horas en Mongolia se acaban y tras despedirnos de la maravillosa gente del Hostel vamos rumbo de nuevo a la estación de tren. Volver a reencontrarnos con la agradable rutina del tren, atravesar los vagones y dejar nuestras mochilas de nuevo en nuestros compartimentos; todo ello marca los primeros minutos de vuelta en un tren que en cierta forma es algo más que un simple medio de transporte. En un día estaremos trasladados a otro mundo, dejaremos paso a la paz de Mongolia para recibir el caos de Pekín. Parece curioso ese salto de ser Teletransportados de la inmensidad del cielo azul del Gobi a la polución de la capital China.
Debido a las fechas no hemos encontrado un tren directo a Pekín, así que debemos hacer escala en Erlian, la población que hace de frontera mongola-china y donde debemos hacer el chequeo de pasaportes para entrar en el gigante chino. Llegar a Erlian en tren es pasar a buscarse la vida para llegar a Pekín en bus. A veces lamentamos que no podamos llegar directamente en tren , pero estos son sin duda los gajes del viaje. La horas pasan lentamente en el balanceo del tren, llegamos a nuestra parada y pasamos a realizar el chequeo de pasaportes, de nuevo estoy en China. Los militares con caras de pocos amigos miran y remiran los pasaportes, los dedos del frio funcionario de frontera pasan arriba y abajo las numerosas hojas de mi pasaporte y me mira cada vez que ve un sello diferente. Se acumulan ya cuatro entradas a China en el último año, mientras sigue mirando el pasaporte compruebo que soy el único occidental que queda sin haber traspasado el chequeo. Veo nuevos militares que miran y remiran, y en una esquina se ven algunos perros , algunos viajeros son elegidos para mostrar el interior de sus mochilas.
Tener el pasaporte de entrada en China nos alivia, aunque de repente se abalanzan sobre nosotros una marabunta de mujeres vendiendo billetes a Pekín. Desistimos de sus ofrecimientos y recuerdo alguna de las cuatro palabras de Chino Bu Yao! para decir simplemente No quiero!. De nuevo en China, y de nuevo en el caos, sentirse de nuevo Lost in Translation me recuerda a los meses durante la vuelta al mundo. Llegamos tras varias vueltas a encontrar un cajero automático dentro de un hotel, rodeamos para encontrar la estación de buses y tras comprobar que la espera se debe prolongar por muchas horas decidimos optar por unirnos a uno de los minibuses que hacen el trayecto Erlian- Pekín. Nos separan unas 8 o 9 horas de Pekín, lo que en España sería casi algo como ir de Oviedo a Valencia.
Nuestro conductor iba a ser uno de los ´personajes´que aparecen en el Transiberiano, grosero en sus modales y con una conducción suicida nos llevaría a Pekín. Durante el trayecto pudimos ver parte del dramático milagro chino. Cientos- miles de camiones que se cruzaban con nosotros en una autopista que carecía de turismos, una autopista que se asemejaba a la carretera de la muerte y a las películas de Mad Max. Vivir en carne propia lo que es un conductor chino que ha pasado de la bicicleta al autómovil sin educación vial es una experiencia poco recomendable y que ciertamente asusta cuando recorres cientos de kilómetros. Tras unas 9 horas de trayecto en el que nuestros nervios se pusieron a flor de piel llegamos a Pekín ya en noche cerrada.
Esa noche llegamos a una capital china que no pude visitar durante la vuelta al mundo, el cansancio y el nerviosismo se mostraba aún en los rostros de Susana, Claudia , Gianluigi y en el mio propio. Llegar enteros y de una pieza con un conductor suicida era motivo para estar alegres. El hostel nos recibia con ese colorido y ambiente especial que solamente se puede observar en ciertos alojamientos para mochileros. El hambre apretaba y pudimos saborear una fastuosa primera cena en un agradable restaurante familiar. Cenar y degustar nuestra primera noche pekinesa. Todos nos sentímos a gusto de estar ya aquí en el que sería un hostel para un día, el precioso Beijing Heyuan International Hostel.
Atrás quedaba ya Rusia y Mongolia, parecía que fue ayer cuando nos dedicamos a explorar las bellas avenidas de San Petersburgo. Parece un espejismo el haber pasado en dos escasos días de la paz absoluta con la inmensidad del cielo azul de Gobi a aparecer en una ciudad con la contaminción extrema que tiene Pekín. Dejamos ya la sonrisa e inocencia del pueblo nómada mongol para encontrarnos de nuevo con el caos y el desarrolo insostenible de la nueva China. Pero los viajes son eso, contrastes, experiencias y adaptarse continuamente a lo que aparece en los caminos de la vida.
Hoy la cita es :
«Tan sólo pido una cosa. el cielo sobre mí y el suelo bajo mis pies». Robert Louis Stevenson
Gracias Anibal. Es un gran lugar el Gobi. Un fuerte abrazo
Wow, muy interesante! Gracias por compartir, ahora ya tengo aun mas ganas de ir al desierto de Gobi. Me gusta la forma que tienes de escribir! 🙂
@mivertigo Gracias por el comentario, siempre me ha gustado escribir y leer. Así que eso unido a mi forma de viajar, de ver el mundo y la vida van unidos. Un saludo
Gracias por las citas y por llenar el viaje de referencias literarias. Ha sido una bonita forma de «empezar» mi Transiberiano.
Un saludo
Hola Juan.
Gracias por el comentario, ya lo comentaba hace tiempo el bueno de Machado con eso de ´se hace camino al andar´ 🙂
Excelente relato. Excelentes fotos. El sueño de vivir en casi un continuo viaje, cada vez está más cerca…. regards
Hola Maribel
Gracias por el comentario
Me gusta contar historias, como me gusta leerlas. Salvando el abismo que me separa de ellos, me identifico con Kapuscinski , Leguineche y tantos otros que nos cuentan y hablan sobre lo vivido y las experiencias personales. Siempre me han interesado las historias, las gentes, las experiencias.
Un abrazo y gracias por pasarte 😉
Hola de nuevo Iván,
no sólo disfruto con tus recorridos, fotos y reflexiones, sino que después de leer a Nicholas Carr «Superficiales» que habla de cómo la red nos vuelve dispersos, nos aleja del conocimiento…tú eres una muestra de que no es así.
Me gusta que te tomes tu tiempo para contarnos, las historias maduran, me gusta que utilices citas y libros…, no puedo evitar recordar al leerte «Viajes con Heródoto» de quién tu ya sabes.
Gracias por compartir 😉
Gracias Guiller, ya sabes , ando con esto de contar historietas de viaje 🙂
Qué bonita descripción del Viaje . . .
Gracias Jose
Viaje especial y memorable sin duda.
Un abrazo
Que buenos recuerdos por esas tierras al leerte.
Excelente crónica… hasta creo que se me ha llenado el teclado con arena del Gobi.
Un abrazo.