Cuando era pequeño recuerdo haber visto muchas veces aquella película protagonizada por Paul Newman y Robert Redford que en español llevaba por título un sugerente «Dos hombres y un destino». Aquella referencia viene a cuento hoy para el post a propósito de que he estado revisando fotos y me he vuelto a encontrar con dos rostros cansados que en cierta forma me hacen recordar viajes y lecturas sobre el lejano Oriente, pero también me llevan a reflexionar sobre numerosos hechos e historias que tuvieron lugar el pasado siglo en Asia.
Durante mis viajes no suelo ser una persona que haga demasiadas fotos, suelo preferir el ojo y el momento al click de la cámara, aunque obviamente me gusta tener personas, lugares y momentos inmortalizados en fotografías. Durante todos estos años de viajes no han sido pocas las personas de las que guardo fotos y recuerdos, a pesar de que muchas veces me da cierto pudor eso de pedir hacerse una foto juntos. La mayor parte de las ocasiones han sido las otras personas las que se hicieron fotos conmigo y yo simplemente aproveché para guardar también el momento en mi cámara.
Algunas de las personas de las que guardo fotos son personas que me ayudaron, con otras compartí gratos momentos, con las demás quizá solamente las casualidades de la vida hicieron que simplemente pasáramos al mismo tiempo por el mismo lugar. De todas esas fotos, son muy pocas las que vienen con regularidad a mi mente, pero hay algunas fotos y personas que suelen aparecer de vez en cuando y me llevan de nuevo al lugar para volver a sentir un país y muchas de las historias que allí viví.
Las dos personas que identifican una parte de mis pasos por Asia son dos abuelos, dos personas que por edad y circunstancias variopintas tuvieron la suerte de seguir vivos y sobrevivir a la locura que tuvo lugar en sus países. Recuerdo Camboya y China por muchos lugares, momentos y otras cosas , pero sobre todo por diversas gentes, y entre todos ellos hay dos rostros que regresan una y otra vez, son como una instantánea humana en forma de país.
Algunos de mis recuerdos y experiencias van acopladas al momento vivido pero también a los miles de páginas leídas sobre dichos países. A pesar de que el tiempo que compartimos fue efímero y circunstancial, creo sinceramente que algo mucho más profundo habitaba debajo de sus rostros. Como suele ocurrir en la mayor parte de los viajes ,los encuentros fueron casuales y dispares, fruto simplemente del azar y la providencia.
La mañana agradable en Siem Reap me acompañaba para descubrir los templos de Angkor, y una bicicleta era mi forma de adentrarme en una de las grandes maravillas de Asia y del mundo. Tras varias horas de pedaleo y entre ruina y ruina me topé con un rostro cansado y risueño que estaba con el resto de su familia. Allí estaba aquella agradable familia camboyana con sus nietos e hijos, pero entre todos sobresalía el rostro cansado de aquel hombre. Los miembros de la familia quisieron hacerse varias fotos conjuntas conmigo, empezaron con los pequeños de la casa con sus hermosas sonrisas para luego terminar con sus padres. Pero todos ellos insistían y querían que su abuelo tuviera una foto de recuerdo con aquel extranjero que venía de lejos. Durante cinco minutos estuve posando con ellos, y una gran parte con su abuelo, mientras el abuelo y yo posábamos, sus nietos hablaban conmigo para entender parte de aquel viaje familiar.
Supongo que era una familia como tantas otras de cualquier parte del mundo, estaban simplemente pasado unos días de vacaciones todos juntos para visitar el lugar más visitado y representativo de su país. En su caso se podía ver que eran una familia acomodada y como sus nietas me dijeron venían desde Phnom Penh, la capital camboyana.
Sin poder evitarlo me vinieron a la mente infinidad de historias sobre aquellos tiempos en que los Khmer Rouge obligaron al desalojo de la capital camboyana para empezar allí una de las mayores locuras genocidas del siglo XX. En aquel momento pensé si aquel risueño abuelo era un superviviente o si por otro lado habría sido un soldado en aquellos tiempos de locura criminal. No quedaban muchas familias así en Camboya, y es que los abuelos y ancianos del país eran supervivientes de una locura que asoló a aquello que bajo el dictador Pol Pot fue conocido como Kampuchea Democrática y que ahora es la República Popular de Kampuchea.
Y así como vinieron nos despedimos con muchas sonrisas y agitando las manos en señal de adiós , ellos y yo continuamos nuestros respectivos caminos.
Desde allí en Camboya el recuerdo me lleva a miles de kilómetros y a China, allí tenía que encontrarme con otro fugaz superviviente. La coincidencia del nuevo encuentro fue unos meses después de la del abuelo camboyano. Era la hora de comer de un caluroso mes de septiembre en un lugar del centro de China llamado Fenghuang, también conocida como la ciudad del Fénix. Llegué a comer a uno de esos locales que hay en Asia que no se pueden definir muy bien, tres mesas donde se sirven cosas para comer al estilo casero y artesano. Como tantas otras veces , dicho local era el trabajo honrado que permitía el sustento y la ilusión de una pareja, algo como mis padres hacían y hacen a miles de kilómetros de distancia de aquel lugar. Allí estaba yo, comiendo tranquilamente y disfrutando del sabroso almuerzo con una sonrisa que a veces encontraba una mirada cómplice en la sincera sonrisa de la pareja que regentaba el local. De repente se sentó a mi lado un anciano que empezó a hablarme (en chino obviamente) y a mirarme con una curiosidad que al final resultó obviamente mutua.
En un instante y en su rostro empecé a ver demasiadas cosas, pensé en la Historia de China, en la antigua y en la reciente del siglo XX, también me vinieron a la mente los enormes sufrimientos y cambios que quizá habría vivido aquel hombre. Podía intuir en las arrugas de su rostro algunos de los hechos que forman parte de la Historia del siglo XX, desde la Revolución Cultural, a la Gran Hambruna o las purgas del Partido Comunista de China.
Yo seguía comiendo y mirando a aquel hombre que a veces me sonreía mientras fumaba impasible con su enorme pipa. Tanto él como yo nos mostramos curiosos ante la persona que teníamos enfrente, dos mundos y vidas totalmente diferentes sentados en la misma mesa. Mientras yo pensaba en su vida quizá él pensaba en el lugar desde donde vendría aquel joven. Mi mirada inocente estaba sin poder apartar la mirada de la impagable escena, y todo a pesar de mi confeso odio el tabaco. En aquella ocasión el humo me permitía ver a través del tiempo para poder viajar imaginariamente a muchas décadas pasadas de China y a los miles de páginas de libros leídos.
Acabada la comida decidí tomarme un par de cervezas más y seguir escuchando al hombre mientras hablaba y fumaba. Al irme sentí por primera vez en mi vida la necesidad de pedir permiso a alguien para sacarle una foto, quería inmortalizar el momento. Aquel hombre representaba la vieja China de la que yo tanto había leído y que ahora estaba recorriendo y sintiendo.
De mi Oviedo natal a Camboya y a China pensé, tan lejos y tan cerca: el mundo, la Historia, los libros sobre tierras lejanas y el encuentro con unos rostros que explicaban algo tan vivo y real como lejano e histórico…
Hoy la cita es: «Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años». Abraham Lincoln
Hola, Iván. He estado fisgando todo tu blog, y aparte de tomarme nota de algún libro de viajes, este post me ha gustado mucho. Qué hermoso es viajar para aprender, y qué bueno es poder compartirlo después con el resto del mundo.
Saludos viajeros!
Gracias Diego, me alegro que te haya emocionado la historia, cosas de Asia 🙂
Increíble historia! Me ha emocionado! Gracias por compartirla con nosotros.