Recuerdo cuando empezaban los años noventa del pasado siglo , el mundo latía con los hechos geopolíticos que estaban sacudiendo a Europa , a la URSS y a todo el bloque del Este. Yo era muy joven con trece años y podía notar el peso de la historia al relacionar entre aquellos acontecimientos políticos , sociales y los deportivos. Mi deporte era el baloncesto y en aquellos tiempos tuvieron lugar dos hechos memorables. Los fantásticos Juegos Olímpicos de Barcelona en el 92 y el Mundobasket del año 90 fueron citas ineludibles para medio mundo. Uno de esos acontecimientos estaba en la vieja Europa y llevo al mágico Dream Team norteamericano a ganar en la final a Croacia. Dos años antes, el Mundobasket celebrado en Argentina supuso un paseo de Yugoslavia, la que quizá haya sido la mejor selección de la historia del baloncesto europeo.
En el plazo de solamente dos años Yugoslavia ya no existía y la vieja Europa estaba asistiendo impasible ante un conflicto armado en el que se daban macabramente la mano tanto la limpieza étnica como el genocidio. Todo ello tenía lugar en el extremo oriental del viejo continente. Ante la pasividad de los burocratas de los organismos internacionales se estaban produciendo acontecimientos que recordaban a la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. El genocidio entraba por las pantalla del televisor de unos niños que teníamos en aquella Yugoslavia al referente europeo del baloncesto.
Por aquellos años yo acababa octavo de EGB y empezaba el bachiller, el tiempo de esa infancia estaba más centrado en los buenos amigos, en un balón de basket y en los libros de aventuras. Veía lejano el día que me iba a poner una mochila al hombro para recorrer mundo y la educación por aquella época me importaba bien poco. Apenas recuerdo nada de la televisión de aquella época, aunque hay imágenes que tengo imborrables en mi memoria. Por esos tiempos yo siempre comía en el salón con el balón de baloncesto a mi lado. Mientras acariciaba el balón y comía a mediodía podía ver en el telediarios de Televisión Española las noticias que nos mostraban el reportero Arturo Pérez Reverte, con imágenes de su inseparable cámara José Luis Márquez.
Yo era joven, muy joven, y a veces veía por la televisión a niños de mi edad que estaban muertos o encharcados en sangre. Recuerdo como la tristeza me invadía y frecuentemente pensaba que muchos de aquellos chavales seguramente tenían la misma pasión que yo por el basket y quizá sus habitaciones estuvieran empapeladas con posters de Petrovic, Kukoc, o de los legendarios jugadores de la NBA Magic, Bird y Jordan.
Desde mi casa en Oviedo y siendo tan joven viajaba por primera vez a los Balcanes, aunque fuera de forma virtual. Por esos tiempos y a pesar de mi inocencia propia de la edad empezaba a tener presente que en un futuro debería ver con mis propios ojos aquella zona de la vieja Europa que se desangraba por la barbarie. Tenía aquella idea viajera presente para un futuro que se presentaba muy lejano aunque solamente sería una década después. Mientras tanto, en mi habitación seguían los viejos posters de la Jugoplastika de Split campeona de Europa, de Vlade Divac con la camiseta de los Lakers y del genial Drazezn Petrovic con diversas camisetas de Europa y de la NBA.
Reverte nos hablaba desde la extinta Yugoslavia y empecé sin quererlo a interesarme por una zona balcánica que hasta la fecha solamente conocía por el talento de sus jugadores de baloncesto. Allí estaba la cuna del basket europeo, el talento al que yo siempre miraba por su depurada técnica individual y su perfecta mecánica de tiro.
Una escuela balcánica que encumbró a los irrepetibles Petrovic, Kukoc y Divac, pero que ahora se enfrentaba en un conflicto armado lleno de crueldad. Mis ojos de joven imberbe estaban viendo cada día como a escasas dos horas en avión de Madrid o Roma se estaban matando pueblos que empezaban a quedar grabados en mi memoria y corazón.
Pasaron los años, aquella infancia daba paso a la juventud, luego a la universidad y a partir de ahí mis primeros viajes con la mochila para poder ver con mis ojos aquel conjunto de inquietudes o sueños que tenía desde niño. Sarajevo y Mostar siempre permanecieron marcados , eran nombres que permanecieron en mi memoria y que todavía siguen resonando. Tuve que esperar a que con el paso de los años se convirtieron en un objetivo alcanzable de mi particular aprendizaje a través de los viajes. Los Balcanes desde aquellos tiempos se convirtieron en una obsesión para mí. Intentaba leer en aquellos viejos libros o en los recortes de periódicos ante la escasez de documentales sobre la zona. Y es que una vez que pasó la noticia, aquella parte oriental de la vieja Europa dejaba de ser interesante para los medios de desinformación que nos gobiernan.
Los Balcanes fueron una zona que admiraba por el baloncesto, y con el paso de los años se fueron convirtiendo probablemente en la zona de Europa que más me atraía. Un lugar al que he vuelto un par de veces, y al que estoy seguro que volveré muchas otras. Hoy he vuelto a pensar en aquellos lugares, en que quizá sea tiempo para regresar de nuevo. Veo las fotos y todavía siento el cosquilleo del estómago al estar atravesando Bosnia en aquel vagón medio desierto durante el viaje en tren que me llevaba desde Budapest a Sarajevo.
Caminar por la vieja Sarajevo y sentir el peso de la Historia reciente todavía es una de las experiencias que más me impresionaron a lo largo de mi vida. En aquellos días pude callejear por su ciudad vieja, caminar a lo largo de la que fue aquella cruel avenida de los francotiradores, ver cementerios improvisados en los parques y entrar en la Universidad.
También en sus animadas cafeterías conversé brevemente con universitarios como yo que no se diferenciaban en nada de mis amigos de España. Costaba pensar en que todo aquello hubiera pasado en una ciudad que fue olímpica. Sentir aquel viaje me daba lecciones que nunca pueden venir de las propias aulas que encierran parte del saber. Pienso ahora en la soledad que experimenté en el museo de la ciudad al sentir el valor de sus gentes para salvaguardar la cultura y la memoria.
Me maravillé ante la dignidad de unas gentes y algunas sonrisas que venían de un pueblo que ha sufrido como pocos. A veces recuerdo mis pasos por la ciudad y algunos rostros, como el de aquellos niños de la calle que se cruzaron en la vieja estación conmigo y con una pareja de amigos que iban a jugar a baloncesto.
El tren llegaba y yo partía para una hermosa Mostar que hacía poco más de una década abría los telediarios. Un lugar que pese a los crueles hechos del pasado es un símbolo de la paz , con el porte majestuoso hermoso de verse rodeada de montañas y por su legendario puente sobre las preciosas aguas cristalinas. Un puente que simbolizaba como pocos lugares en el mundo ese intento del ser humano para encontrar el entendimiento y respeto entre pueblos, religiones y culturas…
Hoy la cita es : «Las victimas son la única verdad incuestionable de una guerra» Gervasio Sánchez
Gracias, Mostar y Sarajevo son dos lugares que bien merecen una visita.
me ha encantado tu relato! tuve la suerte de ir con dos amigos bosnios a Sarajevo en febrero del año 2000. La guerra aún latía ne algunos puntos cercanos y las casas apenas se tenían en pie. El centro de la ciudad fue reconstruido casi de inmediato y el tranvía ya funcionaba, y la gente joven salía de fiesta con ganas de reir y olvidar el pasado. Una gente increíble, un lugar maravilloso del que tengo un recuerdo alucinante. Gracias por compartirlo!
Que ganas de visitar toda la costa Adriática! que envidia, sana pero envidia!
Un sitio magnifico, muy bien hecho este articulo y gracias por esta historia 🙂
¡Muy bonita tu experiencia en los Balcanes Iván! Enhorabuena por el blog.
que sitio más bonito! veo que esta lleno de lugares preciosos! espero que cuando termine el grado en marketing que estoy cursando pueda ir a estas tierras a disfrutar un poco de las vacaciones! gracias por la inforamción, muy bueno el articulo!
Gracias amigo Pau, ya sabes de mi fascinación por las tierras balcánicas 🙂
Grande amigo Iván, me encantan tus relatos de los Balcanes.