De todas las ciudades chinas, Shanghai siempre ha sido la pícara que miraba por un lado a China, pero por el otro se dejaba “contaminar” por los aires liberales y comerciales que venían del mundo Occidental. Hoy en día, como ya lo fue antes en el pasado, conviven de forma armoniosa los avances de la nueva China con las propias tradiciones y peculiaridades de un pueblo chino que en las últimas décadas ha abrazado de lleno los colmillos del capitalismo salvaje que aquí se muestra con aquello del tanto tienes tanto vales.
Pese a su evidente vitalidad económica, no se puede hablar ni mucho menos de mestizaje cultural , son las empresas y el consumo lo que se mezclan, pero pese a las dimensiones de la ciudad y a los miles de expatriados, el número de extranjeros es irrisorio si se compara con las grandes urbes occidentales.
El gran reformista chino Den Xiaoping marcó el destino de la nueva China con sus reformas económicas y su celebre frase de que da igual si el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones. Hoy en día Shanghai ejerce como otro HUB de la globalización, mirando sin complejos a ciudades como Nueva York, Londres o Hong Kong que como ella van marcando los caminos del caótico mundo en que vivimos.
Las diferencias con la capital Pekín siempre han sido acusadas y evidentes, tanto en el pasado como en el presente. Los paralelismos pueden asemejarse a la disparidad de Nueva York con San Francisco, o a los de la propia Madrid con Barcelona. Dos caras de un mismo país, con su rica diversidad y las características comunes que las unen y a la vez las diferencian.
Shanghai tiene una personalidad especial, a veces la odias y a veces te sorprende, aunque al menos en mi caso dificilmente la podría amar. Esas contradiciones imagino que es algo que la hace especial y es parte forman parte del encanto que tienen ciertos lugares con una personalidad propia. Shanghai creo que es de los lugares que ni quieren, ni pueden, ni deben dejarte indiferente y es que en Shanghai se produce lo que acontece en otras grandes ciudades, unas veces te recibe con una cara y otras veces con la opuesta, es quizá un reflejo no solamente de la idiosincrasia de la propia ciudad, quizá también lo es de uno mismo y de las lecciones inexorables de nuestra propia existencia.
Sea como fuera, el volver a la ciudad te marca y te ayuda a seguir avanzando por la vida con la sensación de que Shanghai va cambiando muy rápidamente, quizá incluso mucho más rápido del inexorable paso del tiempo que uno suele ir viendo marcado en su rostro cuando se mira al espejo.
Los comerciantes y diplomáticos que antaño se encontraban en el Bund han ido dejando paso a los hombres de negocios y a los turistas occidentales que pasean por unas calles en las que a veces se cruza una bicicleta cargada de bultos y otras con berlinas de lujo que conducen los nuevos ricos. Paseando por el Bund uno encuentra una sorpresa tras otra , a cada pocos pasos que de las sensaciones y emociones van apareciendo sin quererlo. Aquí en muchas partes el tráfico todavía se soporta y los hoteles conviven con casas bajas que en muchos casos nos muestran tiendas de cualquier cosa y con los aromas que salen de los restaurantes de toda la vida. Los vendedores ambulantes conviven con oficinas de multinacionales que prefirieron instalarse cerca de la no muy lejana Plaza del Pueblo.
Sean chinos u occidentales, todos suelen llevarse la foto imponente del fondo del que surgen los rascacielos de Pudong, lo que hasta hace pocas décadas eran simplemente campos de cultivo se ha convertido hoy en un hervidero de oficinas, rascacielos y de transacciones comerciales que llegan a todos los rincones del globo.
Mientras caminas por Nanjing Road y sus luces de neón sientes quizá lo que antaño hizo a esta ciudad ser denominada la perla y la puta de Asia. A cada cien metros que das te asaltan todo tipo de personajes que conforman la fauna humana de esta parte céntrica de la ciudad. Las prostitutas se acercan ofreciendo masajes especiales a cualquier occidental, los vendedores de Rolex falsos ofrecen desde los famosos relojes a falsificaciones de todo lo que uno pueda imaginar. Desde las putas a los vendedores reflejan en sus rostros sonrientes algo que no esconden , el talento comercial de un pueblo chino cuyos tentáculos se extienden ya por todos los confines del planeta.
La ciudad , o mejor dicho , la ya enorme megalópolis ha visto de nuevo el florecimiento del comercio, ahora impregnado por los signos palpables de una globalización que en China rige una buena parte del comercio y los intereses mundiales. La visita a la ciudad nunca me ha dejado indiferente, pero quizá lo que más me sorprende una y otra vez son los rostros y las vidas anónimas que me he ido encontrando en el transcurrir de los pasados años.
Algunas de sus gentes son las que me han ido acompañando desde mi primera visita hace ya cinco años y todas ellas han ido conformando un fascinante caleidoscopio de la las propias historias de Shanghai. Algunas de dichas historias aparecen en mis viejas libretas negras y van a ir saliendo a la luz cuando la imspiración quiera ir uniendo sus recuerdos con las palabras. No se puede entender la inmensidad de China a través de Shanghai, pero lo que si podemos entender a través de la ciudad son los chispazos de una nueva realidad social, económica y política que desde aquí llega ya a todo el mundo.
La lluvia golpea con fuerza la ventana y la contaminación no permite ver más allá de una decena de metros. En esta ocasión el gris lo ha vuelto a invadir todo, lo que te lleva a sentir añoranza por los cielos azules del Mar Mediterráneo y por las ráfagas de azul que vienen del Mar Cantábrico en que nací.
Mientras la lluvia me cala los huesos busco la calma al calor de quien fuera a decirlo: una iglesia. Llevaba tiempo sin hacerlo, pero esta mañana he vuelto a entrar en una , pero esta vez no es una iglesia cualquiera, se trata de una muy especial, es la vieja catedral de San Ignacio que hace recordar a todos los jesuitas que llegaron hace siglos buscando el encuentro entre Occidente y Oriente. Hasta estos lares resonaban los ecos de la orden de San Ignacio con su vieja biblioteca que está delante guardando quizá historias que yo leí sobre aquellos comerciantes, misioneros y grandes exploradores que una vez llegaron desde la vieja Europa hasta los confines de la misma China.
Decido sentarme en los bancos del final y a pesar de mi ateísmo convencido me siento en paz en aquel lugar. Pienso poco en milagros o actos de fe religiosa, lo que me viene a la mente es la vida de aquel gran viajero y misionero jesuita llamado Matteo Ricci.
Despega el avión y recuerdo infinidad de vivencias, pasan por mi mente los rostros de decenas de personas, los aromas y sabores de una ciudad que unas veces la amas y otras la odias. Y sobre todo, recuerdo sin quererlo el encuentro de aquellos primeros pioneros con las gentes de una China tan contradictoria como fascinante…
Hoy la cita es: «Viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas» Hipólito Taine
@Loren: Shanghai es un perfecto reflejo de la nueva China, espero que te guste. Saludos
Genial el post. He llegado buscando info sobre Shanghai y me lo guardo en favoritos para cuando tenga que ir 🙂 Por cierto, no es la primera vez que oigo lo de que o se odia o se ama… Saludos!
Hola Pau, Shanghai es una ciudad interesante y lena de contradicciones, como el resto de China.Abrazo
Le tengo ganas a Shanghai, gracias por abrir una ventanita desde tu blog