Dejo atrás los maravillosos días en Sozopol y Nesebar para ir rumbo al norte. Llega la hora de ir dejando atrás Bulgaria y debo ir camino de Rumania, pero antes haré escala en una ciudad hermosa que me servirá como puente para llegar a Bucarest.
Mi próximo destino es uno de esos lugares con un encanto especial que va ligado a la Historia, a la calma que transmite , pero también a la belleza arquitectónica de sus monumentos y el apacible placer de sus viejas callejuelas tranquilas. Debo ir ir a Veliko Tarnovo, una de las joyas de Bulgaria y de la que tengo buenas referencias gracias a otros viajeros.
De nuevo estoy en Burgas , esa ciudad de provincias del sur de Bulgaria que sirve como conectora entre diversos lugares del Mar Negro. Pregunto en una de las taquillas por un billete y bus que me lleve a Veliko Tarnovo. La mujer me mira incrédula y rápidamente intuyo que su respuesta es negativa al ver su movimiento de cabeza y parcas palabras en inglés. Su compañera me traduce y con una agradable sonrisa me dice que debo ir a la otra estación de la ciudad para tomar el bus a Veliko Tarnovo.
Mochila a la espalda atravieso la calle y pregunto a una joven universitaria que habla inglés para ver si me puede orientar acerca de la dirección que debo tomar. Como en otros países de pasado comunista, a veces las preguntas suponen toda una aventura que lleva a no encontrar respuestas. La gente mira las palabras en cirílico que tengo apuntadas en el papel, pero responde a las preguntas con una cara extraña de incredulidad que a veces lleva a uno a desesperarse. Como suele ser norma, la mirada va obviamente pareja a una respuesta que significa que no tienen ni pajolera idea acerca de la dirección por la que preguntas.
Empieza a llover y por mi cara empiezan a caer las primeras gotas, una mezcla de sudor y de lluvia que me empieza a empapar. Estamos a finales de agosto y el calor pegajoso también sacude aquí en las costas del Mar Negro. Voy sin mapa de la ciudad y empiezo a estar confundido acerca de la dirección que debo tomar para llevarme a esa lejana estación. Estaciones de bus secundarias que a veces me cuesta encontrar y que en estos países llevan a destinos más alejados y menos frecuentados. No es la primera vez que me pasa, recuerdo experiencias similares en China y también en Sofia para ir a Rila.
La señora me dijo que una media hora caminando, unos 2 kilómetros. Avanzo y veo como va quedando atrás tanto la estación como las calles principales del centro. Camino en soledad por unas calles y algunos niños me acechan, unos me dicen Hello y otro atrevido me dice Money. Camino sin sonreír esta vez y siento como la lluvia empieza a golpear con fuerza mi mochila y mi rostro. A la izquierda veo los viejos astilleros con hierros desgastados que de forma natural me llevan a pensar en las señales que marcan el paso del tiempo.
Son las diez y media de la mañana y desconozco tanto los horarios como si hay buses a Veliko Tarnovo. Avanzo por las calles y dos mendigos me miran y hablan en una lengua que desconozco. Uno de ellos emite una sonrisa con la botella de vodka y en sus brillantes ojos azules veo una extraña sensación de sabiduría y cercanía.
Llueve con fuerza y me siento totalmente perdido, me paro ante un taller y pregunto por la dichosa estación que soy incapaz de encontrar. Los mecánicos salen del taller e intentan ayudarme, pero ninguno sabe el rumbo a tomar, nuevos lugareños aparecen y empiezan a hablar entre ellos para finalmente discutir sobre la dirección y nombre de esa estación. Al final cuando estoy a punto de desistir, uno de ellos me toca en el brazo y se ofrece a llevarme. Suelo ser una persona confiada, así que un minuto después estaba montado en un viejo todoterreno con un desconocido.
Hablamos un poco en inglés, me dice un nombre que ahora no recuerdo y me muestra con orgullo las fotos de sus dos hijas. A su lado, una estampita de un Cristo me lleva a decirle que he estado en el Monasterio de Rila y me muestra una sincera sonrisa con una respuesta de Beautiful .
La lluvia golpea con fuerza el cristal del coche y las calles aparecen inundadas. Hablamos un poco de la vida en un inglés de andar por casa, también me habla con orgullo de Croacia y de que mañana va rumbo a Zadar para empezar sus vacaciones. Al cabo de cinco minutos llegamos a una fantasmagórica estación. Le ofrezco algo del dinero por su amabilidad, pero el hombre lo rechaza y me desea un buen viaje.
Entro en la desolada estación, los andenes tienen algunos pasajeros esperando, pero la sensación de soledad es intensa. Entro en el vetusto edificio y al pedir un billete a Veliko Tarnovo me dicen que ya no hay plazas para hoy. Una extraña sensación de impotencia me invade, pero reconozco que son los gajes del oficio y el precio a pagar muchas veces que uno viaja de forma independiente. Empiezo a mirar en los paneles posibles combinaciones, pero desisto y finalmente opto en sacar un billete para dentro de dos días.
Allí me veo por fin con un billete que me llevará a Veliko Tarnovo tras el fin de semana. Tengo la ropa y la mochila empapada, el día es gris, lluvioso y melancólico, pero de repente me invade una sensación de alegría y satisfación
Vuelvo a la ciudad y atravesando calles regreso a la misma estación que hace dos horas me traía de Nesebar. Decido que no hay mejor espera que regresar al mar, así que opto por no dormir en Burgas. Estoy donde estaba por la mañana, pero pienso en el camino recorrido, en los intentos para llegar a un destino, en las lecciones de la mañana y en aquello de que a veces debemos equivocarnos.
Pero sobre todo vuelvo con la sensación de haber visto otro gesto de humanismo, aquella bondad de los extraños que aparece cuando menos te lo esperas.
Regreso de nuevo al Mar Negro y voy rumbo a Chernomorets, un lugar que sin saberlo ahora iba a ser un billete de ida y vuelta…
Hoy la cita es: «Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos». Fernando Pessoa
Un historia preciosa, gracias por compartirla con nosotros!
Una aventura preciosa, me ha encantado conocer tu blog, y conocerte un poco.
Gracias por dejernos recorrer el viaje a tu lado!
Un saludo
Nos ha encantado tu blog! Enhorabuena 🙂
Gracias Alfonso, las experiencias humanas son sin duda las que ayudan a recordar e inmortalizar los lugares de nuestros viajes. El humanismo de la buena gente aparece en cualquier esquina y nos ayuda a creer en el el ser humano y sin duda a crecer como personas. Un abrazo
Me ha encantado el relato …. sobretodo mencionar que sí, … las gentes, sus sonrisas y sus expresiones en la cara son algo muy importante que recordamos siempre en los viajes.
Saludos.
Gracias amigo Pau. En India encontré un libro que se llamaba » La bondad de los extraños». Trataba de esas personas que aparecen en los caminos cuando lo necesitas. Un abrazo.
Gran relato y una muestra más de que la gente es lo mejor de los viajes.