Avanzo por las carreteras de Albania y sigo atravesando el país en dirección sur, queda atrás mi encuentro con el mar en Durrres, con las hermosas vistas del castillo en Kruje y con los sin sabores de la provinciana y destartalada capital de Tirana.
Como en el resto de los Balcanes, la realidad se asemeja a un libro de Historia completamente abierto, el país aparece en toda su crudeza y realidad. Aquí de nuevo es posible ver mezquitas, jóvenes bebiendo cervezas y mujeres que visten minifaldas.Todo ello quizá para hacernos ver un Islam muy relajado bañado por las influencias mediterráneas y bizantinas.
De la herencia del dramático pasado todavía se ven muchos recuerdos, sobretodo en las gentes, con los ojos cansados de muchos adultos que chocan con algunos rostros de ilusión y esperanza en jóvenes que aspirar quizá con llegar a una vida mejor en Europa Occidental. No dejo de pensar que Albania queda a un paso de Italia o de las costa turística de Grecia en Corfu, pero sin embargo estoy atravesando el país de Europa del Este que más ha sufrido durante las décadas de dictadura comunista.
Mientras miro por la ventana de un viejo bus me vienen a la mente lecturas, recuerdos y mensajes de maestros viajeros que tanto admiro. A lo lejos se ve el infinito horizonte y es ahora cuando pienso en lo que aquellos decían del viaje como catarsis humanística que debe permitirnos empatizar y descubrir al otro, para quizá con ello hacernos más humildes y mejores personas.
Pego mi rostro al cristal y veo las casas a medio hacer y los niños correteando por unos campos arados todavía con animales. Fijo la vista en unos niños que juegan a la pelota y en unos adultos de mi edad que dejan pasar el tiempo en los arcenes. Es en momentos parecidos donde me da por pensar sobre cómo hubiera discurrido mi vida de haber nacido en otro país, privado de las ventajas de la clase media en España. Sin quererlo pienso en mi Oviedo natal y en como el mundo de verdad dista mucho de la aparente placidez de la hermosa ciudad donde nací.
Mientras seguía con mis pensamientos llegué a Berat, un lugar considerado por muchos como uno de los enclaves más hermosos del país. Me bajé junto a una risueña abuela a la que esperaban unos jovencitos que sin duda debían ser sus nietos.Puse la mochila al hombro y a los cinco metros me paré en el puente desde el que se tenía una maravillosa vista. Me emocioné ante un marco de postal con la montaña al fondo y unas casas bañadas por un blanco infinito que proyectaba un estilo armonioso y ordenado que no había visto todavía en un ningún otro lugar del país.
Desde el primer momento se notaba el aire pausado y relajado de un lugar plácido y tranquilo que invitaba al reposo y a disfrutar de las vistas. Berat emanaba desde el primer minuto los aromas tranquilos que huelen a ruralidad. Allí estaba disfrutando del entorno y en una villa que me servía como un fotogénico oasis que emanaba paz a manos llenas.
Berat en su parte vieja es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, un reconocimiento que comparte con un lugar de nombre impronunciable como Gjirokastra. Un lugar fotogénico, tranquilo y hermoso que se me aparecía como un nuevo premio en los caminos de la encrucijada balcánica.
El día es hermoso, me regala unas vistas espectaculares desde su castillo y un atardecer majestuoso que inmortalizado en muchas fotos. Pero quizá deba decir que con lo que más disfruto es con el caminar sin rumbo para volver siempre a las cuatro calles con sus hermosas casas blancas y la mezquita con el minarete característico de los Balcanes, unas formas que sin quererlo me recuerdan al de otros enclaves cercanos como Skopje o Sarajevo.
Me deleito con el transcurrir de las horas y el ocaso del sol , también al ver a última hora como las gentes pasean y compran en puestos de mercado improvisados. A veces me emociona lo sencillo que es ser feliz cuando uno viaja y se encuentra cara a cara con lugares extraños, que hacen a uno sentirse tan lejos pero a la vez tan a gusto y cercano a ese espacio difuso llamado felicidad.
El rakia es la bebida típica de los Balcanes y como tantas otras veces es el catalizador que fluye en las conversaciones grupales que tienen lugar por estas tierras. El ocaso del sol me llevaba una vez más a beber y beber el aguardiente local en agradable compañía. El alcohol y los brindis iban y vienen con un inglés emprendedor y visionario que había montado un hostal en Berat, con unos Peace Corps de Chicago ,con una hermosa francesa y con un joven lugareño de nombre Makis Hosch, un estudiante albano al que le apasionaba leer.
Acudir a la biblioteca de Berat todos los días era un hábito que el bueno de Makis compaginaba con sus estudios y su trabajo. El optimismo y la curiosidad emanaba de su forma de ver y entender la vida.
Su amor por la lectura me hizo ver un halo de esperanza y voluntad en las gentes que buscan preguntas y respuestas en los viejos libros.
Ahora han pasado varios meses de aquello y he vuelto a acordarme del joven Makis, he visto que su futuro le ha llevado a proseguir sus estudios al amparo del calor de una nueva biblioteca. Me alegro mucho saber que ahora ilumina su vida de nuevas páginas desde una Rumania en la que sigue avanzando en el discurrir de la vida. Makis y los viejos libros me han recordado de nuevo los sueños de las páginas leídas y la aventura de nuestra propia existencia…
Hoy la cita es: «Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe». Borges
@Pau: Todo un personaje el amigo de Berat, muchas ganas de comerse el mundo, ahora ando con una beca de estudios en Rumania.
Preciosa historia amigo Iván, gracias por alejarnos a esos lugares que no suelen salir en las rutas habituales