Estaba de nuevo en Montenegro, había llegado a la villa costera de Ulcinj, el lugar más sureño del país y muy próximo a la frontera con Albania. Ulcinj me parecía muy diferente a Kotor, la hermosa ensenada montenegrina que es la joya turística del país. Ulcinj es un lugar que explica la enorme diversidad que existe en los Balcanes, cuando escribo esto, tengo todavía en el recuerdo los minaretes de la mezquita en primera línea de playa mientras chicas en bikini pasean por la arena y el sonido a todo trapo marca la hortera banda sonora del lugar.
Tras un par de días en la villa montenegrina, partí en un vetusto bus rumbo a la capital albanesa. Compartí trayecto con un par de viajeros anglosajones y con numerosas familias locales, de todas ellas, era evidente que me costaba deducir si eran de un país o de otro. El olor del bus era muy agradable, se producía una curiosa mezcolanza entre la brisa de la campiña que entraba por las decrépitas ventanas y el que provenía de las hogazas de pan con su inconfundible aroma artesano.
No tenía apenas referencias sobre Tirana, a decir verdad, no abunda la información sobre Albania. Antes de partir encontré algo en internet y llegué a una guía sobre Albania gracias a mi búsqueda en el archivo bibliográfico de la excelente Red de Bibliotecas de Barcelona. No obstante, la mayor parte de la información que fui encontrando en la red se referían a hechos históricos, políticos, sociales y económicos, algo que en cierta manera me gustaba ya que podía rastrear parte del pasado para encontrar alguna explicación al presente.
Albania,como ya escribí, es la puerta trasera de Europa, el país más pobre del viejo continente, un lugar geográficamente a caballo entre Grecia y la antigua Yugoslavia y con la mirada en una Italia a la que suelen emigrar en masa muchos de sus ciudadanos. Un país el albanés que nunca abre los telediarios, pero que si lo hace es siempre por temas negativos como los problemas migratorios, el tema albano-kosovar con Serbia o por asuntos relacionados con las mafias.
Siempre me ha parecido injusto (y manipulado) eso de que a un país se le clasifique por lo negativo, e imagino que dentro de mi persona está la innata curiosidad de visitar algo del país y conocer en carne propia la situación, para así quizá desenmascarar parte de esa información que nos llega a través de los medios.
Mientras avanzaba en el bus y cruzaba la frontera, veía algunas casas abandonadas y otras a medio hacer, dando muestras de la paupérrima situación económica del país. Mientras el bus devoraba kilómetros, la tierra verde se extendía de forma apacible a lo largo del camino, yo apoyaba el rostro contra el cristal de la ventana con la mirada perdida a lo lejos y pensaba en los viejos imperios y en como el pasado todavía se hace sentir en estos enclaves balcánicos.
Atravesaba una nueva frontera y pensaba en la Historia con mayúscula, con las guerras balcánicas, las dos Guerras Mundiales y el legado de décadas bajo la dictadura comunista. Demasiado peso de la Historia el que soportan estos pequeños países, los viejos imperios resuenan todavía por aquí, y en Albania se cruzaban el bizantino, el búlgaro, las invasiones italianas y nazis, el legado soviético y aunque parezca mentira la influencia maoísta cuando el país decidió vivir de forma autárquica.
La mayor parte de mis amigos susurraban y hacían muecas cuando les decía que quería atravesar Albania, prácticamente las mismas caras de sorpresa que pusieron cuando dije que me iba a Ucrania o a las antiguas Repúblicas Soviéticas de Uzbekistán y Kirguistán.
Las primeras reacciones que tenemos al escuchar la palabra Albania no son evidentemente las de un lugar para ir de viaje, y tampoco es un lugar que tenga buenas conexiones para llegar o que se encuentre en el «tour» del Este o en la ruta de los vuelos de bajo coste.
Al llegar a Tirana me encontré con una ciudad con poco alma de capital, los aires provincianos se mascaban en el ambiente y el tráfico instante ya me mostraba desde el primer momento como la polución era uno de los grandes problemas del lugar. Mientras caminaba rumbo a mi hostal me tomé un té en uno de esos garitos donde los lugareños ven las horas pasar , unas veces matando el tiempo con juegos de mesa y otras sin nada que hacer. Sus miradas se cruzaron con la mía, se veían rostros risueños, a pesar de las arrugas y ciertos amargos recuerdos que la cara y los ojos de muchos de ellos me mostraban a primera vista.
De aquellos lugareños, pensé que quizá alguno tendría por nombre Ismaíl, como el famoso escritor albanés Ismaíl Kadaré, quien recibió el Premio Principe de Asturias y quien varias veces ha sido nominado al Nobel de Literatura, un autor cuyos libros me acompañaban en el presente viaje. Llegué con ganas al hostal, un agradable lugar que fue pionero en el país en esto de acoger alojar mochileros y que resulta ser un oasis en la ciudad.
Tras reponer fuerzas, me dirigí rumbo a la Plaza Skanderbeg, epicentro de la ciudad y que honra al héroe nacional. Como tantas otras plazas de países comunistas, su construcción marca parte del estilo político del antiguo régimen, destrucción de los antiguos edificios y un gran tamaño para dejar muestras del poder del Partido.
La mezquita Et’hem queda a tiro de piedra y me cuesta imaginar como sería todo esto en tiempos del tirano Enver Hoxha , otro criminal que llevó a su país a la autarquía y a la mayor de las miserias y hambrunas. Un país que bajo el mando de aquel tirano negó cualquier atisbo de raciocinio y se encerró en la locura de la autarquía mirando solamente a la infame China maoísta.
Mientras pienso en todo eso, veo como la gente local aprovecha el frescor del final del día para pasear mientras el ocaso del sol da paso a la noche. Es ahora, cuando los minaretes de la mezquita se iluminan con luces que dan brillo a una ciudad donde la iluminación no abunda. La influencia otomana se siente en el lugar, aunque suena la llamada a la oración , no son pocas las chicas que van en minifalda y con aires occidentales.
Camino perdido por la capital albanesa, atravieso avenidas y callejuelas, veo rostros cansados y sin quererlo me cruzo con la Pirámide de Tirana, un edificio sin sentido que fue concebido como lugar santuario para homenajear al tirano dictador Hoxha.
Cuesta no pensar en las locuras y la demagogia de aquel tiempo no tan lejano, aquellos delirios de grandeza ahora solamente son un edificio decadente que nos sirve como ejemplo y recuerdo de aquellos terribles años.
Llega la hora de cenar y en un viejo local saboreo tanto la comida y toda la rica y compleja diversidad que emana a través de los fantasmas balcánicos…
Hoy la cita es: «Bajo el miedo no se puede crear nada» Ismaíl Kadaré
Para mi gustao, quizás no sea una ciudad para competir por ningún cetro de destino de turismo top, pero sin dudas merece la pena visitarla al menos una vez para conocer más sobre esta zona de los balcanes.
Tu experiencia de Tirana, y de un poco de Albania, es uno de los relatos mas interesantes y agradables que he leido recientemente. Gracias por compartir tus experiencias.
Saludos, desde Dallas TX
Gracias por acercarnos un poco ese lugar tan desconocido y que por otra parte tenemos más cerca de lo que creemos