Amanece en Chernomorets, siento la piel empapada en sudor tras el intenso calor de la noche anterior. Pero ahora al amanecer y tras abrir la ventana puedo sentir una agradable sensación de frescura con el intenso olor a mar. Cierro la mochila y pienso que me gustaría poder meter dentro parte de ese intenso olor a salitre . Me gusta sentir siempre esa agradable brisa marina vespertina y reflexiono sobre eso de que voy a estar más de un mes sin ver el mar. Y ahora pienso con calma que abandono el fascinante Mar Negro . Y es que por fin voy a ir rumbo a una Rumania que me espera desde hace años, antes haré una escala de tres días en un enclave urbano tranquilo y lleno de encanto llamado Veliko Tarnovo.
Ahora que voy en el bus urbano rumbo a Burgas pienso lentamente en lo que va quedando atrás. Es curioso lo rápido que a veces pasa el tiempo, cierro los ojos y puedo visualizar como en un película el mes que queda atrás viajando por Bulgaria. Todavía siento el bajarme del tranvía y verme perdido entre las calles del centro de Sofia intentando llegar al Hostel.Siento la ayuda e indicaciones de las gentes de a pie para llegar a una dirección o a un lugar donde pasar la noche. Siento que no encuentro mejor escuela de la vida que el propio viaje, allí entre aquellas calles siento el paso de la Historia del Telón de Acero en su pura esencia.
Conversaciones al anochecer con una buena cerveza para viajar al pasado en la piel curtida de gente local llena de experiencias y en algunos casos de traumas. Pienso en aquellas personas que han vivido los dos sistemas y en los jóvenes que ya han vivido en un sistema que solamente ve el pasado como una etapa llena de malos recuerdos. Ahora cuando llego a Burgas debo atravesar la ciudad para el bus que me debe llevar al norte. Miro a mi alrededor y siento la frescura llena de vitalidad que da el saberse con la libertad de no estar atado a un billete de vuelta.
También a la vez que voy avanzando pienso en lo que dejo atrás, el viaje actual supone sin saberlo un cambio de época en mi vida. Los Balcanes me enseñan como pocas tierras del Planeta gracias a su compleja Historia llena de diversidad, caos y mezcolanza intensa. Todo ello confluye dentro de mi ser para hacer que sienta por la zona una atracción díficil de explicar.
Llego a la otra vieja estación de Burgas y suelto la mochila, allí espero con la libreta abierta durante una media hora. El lápiz va escribiendo cosas sin saber muy bien los motivos. Levanto la vista y veo a unos abuelos que han experimentado el paso del tiempo, dejo volar la imaginación e intento navegar entre sus vidas y recuerdos al viajar unas décadas atrás. Llega la hora e instalo mis cosas en el pequeño bus que nos lleva al norte, las sonrisas se cruzan con las miradas de curiosidad y perplejidad que siente cierta gente al verte con la mochila al hombro viajando solo.
Una joven quinceañera que viaja con su madre me saluda con una sonrisa sincera y los universales Hello , Where are you from? . Salimos de la ciudad y avanzamos dirección norte, atravesamos viejas villas y campos. El Mar Negro ya queda atrás y voy rumbo al norte, me pregunto sobre si esa zona estará llena de montañas y castillos. Dejo volar la imaginación y a veces al mirar por el cristal veo carros tirados por unos gitanos herederos de aquellos que los buenos de Patrick Leigh Fermor y Walter Starkie se cruzaron en sus viajes legendarios que ahora son míticos libros.
Cierro los ojos y veo el mes pasar por delante de un nuevo país al que muy pocos vienen. Viejos recuerdos del Telón de Acero, colores y tranvías me llevan a admirar los fantásticos contrastes de esa parte de la vieja Europa que tanto me fascina. Veo y siento de nuevo la paz de presenciar atardeceres y amaneceres dentro de monasterios como el de Rila . Recuerdo de nuevo la intensidad de verme empapado caminando buscando un lugar donde pasar la noche. El viejo cruce de caminos de los Balcanes va pasando por delante de mi memoria, pero también lo hace por el del cristal de un bus que me va llevando al norte de un país fascinante y lleno de interés.
Cierro los ojos y de nuevo los abro, estamos ya en el destino que será mi puente a Rumania. Dejo atrás la vetusta estación y camino rumbo a la ciudad vieja de Veliko Tarnovo. Atrás voy a ir dejando Bulgaria, pero antes podré disfrutar de los encantos de una de sus joyas.
Mochila al hombro recorro las calles mientras evito algunos charcos de agua que hay en el suelo. Un perro callejero me mira , decide seguirme en mi camino con sus pasos. Caminando con la mochila al hombro con el rostro al horizonte mientras miro el porte noble y orgulloso de ese temporal compañero. Ahora al llegar a la parte vieja de la ciudad pienso con satisfacción en el placer de llegar a otro nuevo destino pero también me llegan recuerdos de lo que dejo atrás en gentes y lugares…
Hoy la cita es: “Un viaje es una nueva vida, con un nacimiento, un crecimiento y una muerte, que nos es ofrecida en el interior de la otra. Aprovechémoslo”. Paul Morand
bonito relato, la verdad que el moverse, ver otras culturas, otras costumbres hacen a la mente trabajar y alejarse de la rutina
un saludo desde http://www.turismodepalencia.wordpress.com
@Pak: Siempre he pensado que el moverse ayuda a alejar la mente del letargo que a veces nos produce la rutina. No hay mejor forma de sentirse vivo que ver otras tierras, formas de ser y de hacer 🙂
@Pau: Escribo lento, pero bueno, ya sabes que los Balcanes están llenos de secretos y que son una de las zonas del mundo que me atraen 🙂
Me encantan tus relatos balcánicos. Un abrazo 😉
Como molan las reflexiones de los viajes, los pensamientos de bus, de tren, los que fluyen mientras caminas por cualquier lugar nuevo.
A veces pienso que necesito movimiento para que mi cerebro funcione mejor, veo que no soy el único al que «viajar» le hace pensar 😉