Hace años leí un extraordinario libro que llevaba por título “Sangre y Champagne. Vida y obra de Robert Capa”. Aquella obra reflejaba de forma biográfica las diferentes andanzas del eterno Capa, el famoso reportero de guerra que transformó la fotografía y que inspiraría a miles de futuros fotógrafos y viajeros. Al igual que ciertos libros te quedan grabados en mente y corazón, hay tierras que permanecen por siempre unidas a uno, para lo bueno y lo malo.
Los Balcanes se cruzaron en mi vida hace muchos años, y la verdad es que no puedo asegurar si hay alguna explicación racional. Un lugar complejo eso que se llama los Balcanes y que algunos solamente encuadran con la extinta Yugoslavia o que relacionan con gente alta, con buenos jugadores de baloncesto y problemas que suelen acabar en guerras. Pero sin duda aquella zona es un enclave con una gran riqueza cultural, con muchos países diversos, algo así como una frontera de fronteras que resulta muy interesante recorrer. Los Balcanes son un caleidoscopio de contrastes, un espacio geográfico enclavado en el extremo oriental de Europa , un conjunto de lugares en el que diversos pueblos , culturas y religiones conviven unas veces en paz y otras muchas en disputas que acaban de forma trágica.
Desde hace siglos los Balcanes han marcado parte del destino de Europa y la frontera con el imperio otomano. De hecho, el siglo XX de Europa como quien dice empezó allí, desde el asesinato de Francisco Fernando en Sarajevo por un nacionalista serbio que fue el pistoletazo de salida de la I Guerra Mundial al epílogo dramático y genocida de los nacionalistas psicópatas (también serbios) que asesinaban a la indefensa población civil de una ciudad de Sarajevo que también fue olímpica.
Sin saber bien los motivos aparentes, o quizá mirando atrás y recordando muchas cosas, veo mi pasión por el baloncesto y la depurada técnica individual de jugadores que yo tanto admiraba como Petrovic o Kukoc, pero también recuerdo cuando tras venir del colegio con un balón de baloncesto en las manos veía a Arturo Pérez-Reverte que nos contaba historias en el telediario de la primera desde sitios como Sarajevo, Mostar, Vukovar.
Yo creo sinceramente que el subconsciente tiene esas cosas, le hace jugadas al destino y cuando creces quieres ir y ver con tus propios ojos cómo viven aquellas tierras cercanas que mirabas en un Atlas, en la tele o en aquella mítica revista Gigantes del Basket que se apilaba por cientos en mi habitación.
Raza blanca y tirador era un mote que el bueno de Andrés Montes ponía a los jugadores de baloncesto balcánicos, pero lamentablemente también podría ser de aquellos que disparaban a la gente en la avenida de los francotiradores de Sarajevo. Así que sin quererlo , yo sigo avanzando por la vida y los Balcanes se han ido convirtiendo en un destino cercano, curioso, y lleno de magnetismo. Quizá fuera por el baloncesto, quizá por mi interés por el periodismo en zonas de conflicto , por la Historia con mayúsculas o por un poco de todo, y es que como me dijo un jubilado inglés, la historia en los Balcanes se siente al salir a la calle.
Han pasado muchos años desde que Sarajevo era sitiada ante la pasividad de una Europa cobarde que miraba para otro lado mientras valientes reporteros que yo admiraba criticaban y denunciaban la barbarie que estaba ocurriendo en la puerta de Europa. La década de los ochenta veía su final y yo apenas tenía una década de vida, pero veía como caían tanto el muro de Berlín como aquella URSS que más tarde descubriría con mis ojos con las consecuencias que dejaría al mundo aquel bloque comunista opresivo y tiránico que venía teledirigido de Moscú.
En esos finales del siglo XX mucha gente amante del baloncesto radiaba de alegría porque el Dream Team norteamericano iba a deleitarnos por primera vez en unos Juegos Olímpicos con las estrellas de la NBA y encima en España, en Barcelona. Los Magic, Jordan y Bird eran admirados por todos, y lamentablemente no tendrían que verse las caras contra el talento balcánico de aquellos yugoslavos que enamoraban al mundo con su desparpajo, juventud, talento y una perfecta técnica individual. Y es que han pasado muchos años, viajes y aventuras, pero demonios, todavía puedo recordar aquel quinteto maravilloso con los Petrovic, Kukoc, Paspalj, Radja y Divac. Venían de los Balcanes, de lugares que me sonaban a chino cuando era pequeño, pero que quedaron en mi mente: Sibenik, Split, Montenegro, Belgrado. Aquellos lugares se separaron por la guerra cuando yo era pequeño y en aquellos tiempos mi vida era muy sencilla al girar en torno a los amigos de la infancia, un balón de baloncesto y los libros de aventuras que sacaba de la biblioteca del barrio.
La guerra acabó no solamente con el partido de baloncesto que el mundo deseaba, también acabó con un país y sacó lo peor de la condición humana con los viejos odios fraticidas. En aquellos inicios de la década de los noventa cuando el mundo se deleitaba ante las exhibiciones de Michael Jordan, los extremistas nacionalistas campaban a sus anchas por los Balcanes y sembraban esa tierra de dolor, sangre y lágrimas. Aquí no hay el champagne de Paris que saboreaba Capa antes de inmortalizar la foto del miliciano en la Guerra Civil Española, en los Balcanes se brinda con rakia, la bebida nacional, un licor de frutas fermentadas que te atraviesa el alma y que más de una vez me ha servido como catalizador para conocer historias de gentes.
Ya hace casi una década de mi primer viaje a los Balcanes, Sarajevo y Mostar fueron un gran impacto en mi persona, pero también la belleza de la costa croata donde hice mi humilde peregrinaje para ver lugares como Sibenik o Split, nombres donde los geniales Petrovic y Kukoc nacieron y desde donde llevaron belleza baloncestística al mundo.
Ahora vuelvo a una zona para cerrar probablemente un ciclo de viajes y quizá también de vida. Volar a Belgrado, para recordar a aquel Partizan y a aquel triple volador imposible del genial Sasha Djordvevic que privó a mi querido Joventut de aquella Final Four memorable. Pero como si la sombra de aquel libro sobre Robert Capa fuera alargada y me persiguiera , deseo reencontrarme con los fantasmas balcánicos de los que hablaba Robert D. Kaplan. También quiero ver los edificios destrozados que la OTAN bombardeó para parar a un tirano criminal como Milosevic. También deseo parar en Montenegro para volver a saborear la belleza y calidez de su mar.
Pero quizá la gran motivación del viaje y la forma de cerrar el ciclo va a ser atravesar la frontera y ver Albania, la puerta trasera de Europa, el país más pobre del viejo continente. Los brindis con rakia seguramente van a aparecer durante el viaje, pero también los recuerdos de la sangre, el horror, todo ello entre sonidos diversos que van a ir desde la llamada a la oración, el bote de un balón de baloncesto o el tum tum de la música hortera que sale de coches Mercedes de dudosa procedencia.
Regresar a los Balcanes nunca me deja indiferente, son viajes de ida y vuelta, es lo más cerca que estamos del corazón de las tinieblas que nos inmortalizó Conrad y que resuena en la voz de Marlon Brando con el horror, un horror que se cruza con la belleza y el misterio en estos territorios de la vieja Europa…
Hoy la cita es: «Los Balcanes tienen más Historia de la que pueden asimilar» Sir Winston Churchill
Nunca me había planteado ninguna zona de Los Balcanes como próximo viaje pero la verdad es que me has creado una gran curiosidad por conocer más. Sólo con tus fotos ya se ve que es un sitio precioso. Apuntado en la Wish list viajera 🙂
Genial los Balcanes me ha encantado el post y creo que sera un buen lugar para viajar
muy interesante el artículo, me ha gustado mucho. creo que es una zona para conocer, por sus parajes y por su historia
muchas gracias por compartirlo con nosotros
un saludo
Muy bonitos rincones
@Pau: Ya sabes, desde el basket a la Historia y los conflictos, los Balcanes nunca me han dejado indiferente. Aunque por ahora los voy aparcar un tiempo. Un abrazo amigo.
Se nota que esta tierra te ha marcado, con ganas de saber más de tus aventuras balcánicas.