Tashkent y el viaje en la máquina del tiempo fue el título del primer post que hice sobre la capital uzbeka. Y es que esa extraña capital resulta curiosa en un país que forma un extraño caleidoscopio con sus vecinos los Tanes : Kirguistán, Kazakstán, Turkmenistán y Tayikistán. Países que nos suenan raros, a veces a chiste, otras a desconocidos, a corruptos, en definitiva a lugares tan alejados de la mano de Dios que resultan imposibles de colocar en el mapa para la mayoría de la población occidental.
Tras las primeras impresiones de la capital me dispuse a ir al Bazar de Chorsu , sin duda una de las zonas recomendadas, tanto por su arquitectura en mezquitas y madrassas como por ser un mercado-bazar que te lleva a intuir parte de lo que fue, es y sigue siendo esta parte del mundo. Siempre me ha fascinado el visitar mercados, es algo que intento hacer en cada país, eso me hace entender , oler , sentir y ver parte de la vida real del lugar. Me fascina eso de perderme entre el bullicio de la compra-venta, en este caso era además uno de los lugares señalados y recomendados para cambiar dinero, y es que en mi mente ya tenía una palabra rondando , era Change y el One Euro= 3400 Sum.
El dinero lamentablemente no necesita de demasiado dominio de idioma, change y money funcionan como palabras internacionales que todo el mundo entiende. Y en el presente caso es la propia idosincrasia del lugar lo que obliga a ello. Estamos ante un país extremadamente corrupto , burocrático y dirigido con mano de hierro por otro de esos dictadores que pasan del socialismo utópico a la crueldad de unos gobiernos centrados en la reverencia absoluta al líder. Y con todas esas variables se produce un caos que provoca en sus gentes la imperiosa necesidad de tener divisas internacionales. De nuevo otra muestra de que el experimento comunista de la Unión Soviética era otro caso de consecuencias imprevisibles cuando Moscú se alejara del control de sus repúblicas.
Salir a la calle y recibir una bofetada de aire caliente de 40 grados es algo que no me agradaba en absoluto , pero era la realidad y lo que me estaba encontrando estos primeros días en Tashkent.
Ya en la calle buscaba la M mayúscula de metro en los alrededores del hotel, y allí me dirigía, a atravesar la inmensa ciudad en su tétrico metro. Lo primero que me llamó la atención es ver a un policía en la puerta de la salida-entrada del metro. Fue llegar y mandarme abrir la mochila y mostrar el pasaporte, con calma y cara de buen chico le mostré mis pertenencias para recibir un OK y las indicaciones de que podía bajar las escaleras. Bajaba los escalones y me encontraba con unos azulejos desgastados e insípidos que me hicieron teletransportarme en el tiempo. Buscaba las palabras Kacca que me llevarían a la ventanilla de los billetes, al encontrarla tuve la primera impresión de viajar a otra época, caras distantes y llenas de seriendad, vestimenta de hace muchas décadas, ausencia de publicidad en las paredes , en definitiva un viaje en el tiempo y a otro mundo.
Pero de nuevo dos policías me paran y con porte serio se cuadran y me mandan abrir de nuevo la mochila y mostrar el pasaporte. Pienso para dentro sobre la lógica de que me pidan hacer lo mismo dos veces en los 15 escasos metros que separan la calle de donde me encuentro. Pero bueno , toca obedecer y callar, todo por no molestar a la burocracia que tanto detesto.
Pienso que tengo que ser muy paciente durante el viaje, saber donde me encuentro, y es que así funcionan las cosas en la capital de Uzbekistán. Los uniformados disfrutan viendo los colores , las visas y el pasaporte español, pasan con delicadeza las hojas y de repente uno de ellos me mira y me dice ¿ Barça -Madrid?. Yo, ajeno al fútbol desde siempre le digo sin pensarlo demasiado: Madrid, but Barça very good team. Y tras esa respuesta ambos me lanzan una sonrisa futbolera en la que puedo ver que el fútbol es universal. En esas sonrisas hay algo que va a ser una de las constantes generalizas que me van a acompañar durante las siguientes semanas : los dientes de oro en sus bocas que me recuerdan a los malos en las películas de James Bond. Con el apto de los dos amigos introduzo mi ficha-moneda en unas rústicas máquinas de metro y observo como la señora de la cabina me mira con una cara triste y desangelada que me estremece.
En esos momentos pienso en todos los cambios que esta pobre gente ha experimentado a lo largo de sus vidas, la dictadura comunista que negaba libertades al pueblo se ha convertido en otra dictadura corrupta que tampoco permite que el pueblo pueda alcanzar cierta libertad individual , de movimientos, de opinión, política y de actos. Bienvenidos al caos geopolítico, estratégico, energético, económico, racial, étnico, religioso y social de esta parte del mundo. Y es que empiezo a ser consicente de donde estoy . Lo cierto es que Asia Central queda a una distancia mucho mayor que los miles de kilómetros que me separan de Europa , pero a pesar de todo ello, intento como siempre adaptarme a velocidad de vértigo al entorno donde me encuentro.
Me bajo en la parada que me va a permitir ver lo que se denomina Old Town, el Chorsu bazar y unos alrededores que representan algo diferente y alejado de las insípidas avenidas del silencio que pude ver ayer en los alrededores del hotel. Cuando salgo del metro me encuentro con un caos más propio de Asia que de la Rusia tradicional, y de nuevo estoy precisamente ante la ausencia de unos patrones occidentales , es ahí donde radica el funcionamiento y la supervivencia de la vida de miles de millones de seres humanos repartidos por el ancho mundo.
Baratijas, ropa de evidente origen chino, hogazas de pan, frutas, puestos de bebidas, lapiceros y cuadernos, todo ello se agolpa y está en escasos metros. Allí de nuevo encuentro como la vida fluye entre una variedad de productos que se venden y me sorprende la increíble mezcla racial de la población local. Siento que recibo miradas de todo tipo, algunas abuelas me sonríen, los niños me señalan con el dedo y alguno se lanza y me dice Hello, en cambio los hombres me asaltan con dos únicas palabras que son MONEY y CHANGE.
Tras negociar con tres personas diferentes busco el cambio que el amigo Sele me ha indicado : 3400 Sum por Euro. En la primera intentona y tras mucho negociar no lo consigo y me quedo en 3300 por euro, la diferencia en estos casos es irrisoria, así que decido cambiar 20 euros y veo como en ese instante el hombre saca un fajo de billetes enorme y empieza a pasar y contar a una velocidad fascinante, sus dedos pasan los billetes de una forma vertiginosa .
Me da un mazo de billetes, algunos nuevos, otros usados, quiere irse rápido del lugar, se le nota impaciente y me dice Police Police. Pero le digo que espere o no le doy el dinero que le corresponde, de repente me doy cuenta que mi forma de contar los billetes es opuesta a la suya, le parece obviamente lenta y extremadamente torpe. Pero es evidente y normal la falta de práctica que tengo en contar billetes 😉 , eso y el no querer ser victima de un timo son los motivos que me hacen tardar un par de minutos. La cuenta final no me sale y le digo que faltan 500 Sum, me mira con mala cara y le digo : Money my friend. Tras poner el inevitable rostro de pocos amigos saca otros billetes y me los entrega , ya tengo dinero para un par de días y empiezo con la constante que va a ser eso de acudir al mercado negro a cambiar moneda.
Con el dinero fresco en la mochila camino entre los puestos de frutas y especias, de forma insistente escucho palabras que no entiendo pero que obviamente indican que quieren venderme productos , les digo a todos con la mirada que no y salgo del lugar. Tras recorrer las instalaciones y saborear el ambiente del mercado en Chorsu me voy a visitar algunas de las madrasas de la zona y los alrededores.
En la de Kukeledass me maravillo ante la arquitectura de otra época que me lleva a viajar en el tiempo con la imaginación . Cierro los ojos y puedo ver caravanas de comerciantes, de aventureros y de gentes diversas venidas desde muy lejos. Me pregunto en ese instante si los buenos de Marco Polo o Ruy de Clavijo habrán estado en los alrededores de la zona en la que me encuentro. Unas mujeres me paran y con una afable sonrisa me preguntan en inglés la nacionalidad, esa actitud me hace ver que el Islam de esta parte del mundo es mucho más abierto que el que se profesa en los países de África y Oriente Próximo , lugares donde la mujer es relegada a un estado de opresión total . Tras sacar unas fotos de rigor me dispongo a salir en dirección a Khast Imom, lugar donde todavía se conserva algo de lo que voy buscando: la leyenda de la Ruta de la Seda y un azul turquesa de las cúpulas es el color que define ese algo bello e inclasificable de esta parte del mundo.
Llego tras quince minutos caminando bajo un sol abrasador que me lleva a beber agua como un descosido, bordeo una curva y me encuentro de repente con una mezcla espectacular de colores a lo lejos Es la mezcla hermosa entre el azul intenso del cielo y el mágico verde turquesa sobre las cúpulas lo que me hace maravillarme.
Es allí, entre la mezquita, la madrasa y laa biblioteca donde llego a un Islam antiguo y tan alejado de las avenidas soviéticas que me han acompañado durante las escasas 24 horas que llevo en la ciudad. No encuentro apenas turistas y tras maravillarme ante la belleza de la arquitectura pienso que es hora de buscar una sombra. A lo lejos y bajo un árbol veo el lugar que busco, me siento y abro la mochila donde sobresale la Moleskine y un libro. En estos momentos necesito descansar, anotar reflexiones , leer un rato y así dejarme llevar por unas palabras que hoy no se las lleva el viento, sino que navegan entre la intensidad de un calor abrasador que me resulta cada vez más sofocante e insoportable. Me siento y observo los bellos alrededores que tengo delante , con la madrasa de Barak Khan, , la mezquita de Tilla-Sheikh y el mausoleo de Kaffal Shashi estoy ante un marco incomparable y fascinante que me hace sonreir de buena gana y a decir Wow.
Decido volver y cojo un taxi que me llevará a la parada de metro más cercana que resulta estar a unos dos kilómetros. La comunicación con el taxista es inexistente y negocio el precio antes de entrar , me sirvo de los dedos de la mano para indicar la cantidad. Vuelvo al metro y se repite el mismo ritual de la mañana, mostrar mochila y pasaporte en dos ocasiones a los polis y encontrarme con las mismas miradas desangeladas de la mujer de la taquilla y la otra en la cabina de la entrada. Las personas son diferentes, pero la apariencia y las miradas son las mismas y denotan el común estado del alma.
El hambre aprieta y me vuelvo al centro donde continúan los problemas de la gastronomía local y que me van a acompañar por todo el país. Tras un par de horas estoy de nuevo en marcha y decido que es tiempo de visitar otra de las pocas atracciones turísticas reseñables de la ciudad: La torre de television de Tashkent. Para llegar al lugar camino durante una hora por la misma avenida, los coches circulan de forma desordenada y caótica, pero la escasez de vehículos( estamos en un fin de semana de agosto) y la inmensidad de las avenidas hace que reine una aparente tranquilidad.
Camino y me voy encontrando con una fiel representación de la población local, grupos de amigos, parejas , ancianas , trabajadores, niños. Todos ellos tienen el mismo acto reflejo y es que en muchos casos al cruzarse conmigo me miran, parece ser que mis ropas y cara delatan unos orígenes lejanos de ese mundo occidental al que muchos siguen viendo como la tierra prometida. Quizá se preguntan sobre el motivo que me ha llevado a deambular por las calles de un lugar poco señalado como destino turístico para los occidentales.
En algunos de sus rostros noto la impronta melancolía de un futuro incierto y de un pasado caótico y cambiante. En esos momentos pienso que los niños son los únicos que mantienen una constante vital común a lo largo y ancho del mundo. Es en su inocencia, en la innata vitalidad que muestran sus ganas de jugar y la falta de preocupaciones lo que lleva a esa actitud infantil global que se repite en todos los niños del mundo cuando tienen sus necesidades básicas cubiertas.
La torre de televisión me deja bastante indiferente, pero desde su parte superior se tienen unas espectaculares vistas de toda la ciudad. Subo en un vetusto ascensor con falta de muchas manos de pintura y al llegar al mirador soy consicente de la enormidad de Tashkent. Da igual en la dirección que mires, no se observa el final de la ciudad, los árboles y las avenidas abundan entre tanto edificio hasta un final que se cruza con el lejano horizonte. Camino despacio y veo como me acompaña en la visita un par de familias bebiendo sendas Coca Cola, observan como yo la vasta ciudad, de repente una niña del grupo se lanza y me dice un tímido Hello y un Where are you from? que hace reír a toda la familia y que me hace contestarle.
Tras volver a la calle decido que ya va siendo de volver al hotel, la noche se ve venir a lo lejos y ya ha pasado un nuevo día en Tashkent y quiero descansar. Mañana será un día duro pues me toca pelear con la burocracia de la embajada Kirguiza para obtener su visado. Eso no va ser la única incidencia , pues se le va a unir la experiencia vital de sacar el billete de tren a Samarkanda. De repente noto que hay algo extraño en el ambiente que me rodea, siento que me invade un estado de melancolía que me hace pensar en muchas cosas. Son quizás esas avenidas del silencio las que me llevan a pensar en el futuro, en el viaje, en el amor, en la vida y en todo el camino que me ha llevado a estar en esta extraña capital. Y es así , con un calor sofocante llega el atardecer a la ciudad, deambulo con rumbo fijo como un zombie atravesando unas avenidas del silencio y siento un pasado superpuesto ante un incierto futuro…..
Hoy la cita es : » Los viajes enseñan en tolerancia» Benjamin Disraeli
@JACC : La verdad que no me lo quiero imaginar en invierno 😉
@Pau: Los tanes amigo Pau, y parece ser que Españistán se les une a la lista 🙁
Qué pena la corrupción, si la hay en un país como el nuestro cómo no la va a haber en Uzbekistán…
Caramba, cómo te entiendo 😉
Nosotros estuvimos en Uzbekistán a finales de febrero de este año y todo me suena, eso sí, cuando estuvimos nosotros no había 40 grados esperándote a la salida del hotel (pensión/albergue/…) lo que había era nieve y hielo en las calles a la espera de que llegara la primavera y lo derritiera 🙂