Se han cumplido sesenta años desde que el primer ser humano pisara el techo de la cumbre más alta de la Tierra. En aquel memorable viaje de 1953 importa poco si el primero en posar sus pies sobre el techo del mundo fue Sir Edmund Hillary o su entrañable amigo el Sherpha Tenzing Norgay .
O quizá diesen ese paso juntos sellando un trabajo en equipo prodigioso que completó una de las últimas grandes hazañas del ser humano. La conquista del Everest supuso un aventura inolvidable, una fantástica epopeya con final feliz que se convirtió en un acontecimiento mundial. Un hecho el de la coronación del Everest que en comparación pudo equipararse a la conquista de los polos o al viaje a la Luna. El ser humano lograba poner su huella en el techo del mundo y a partir de aquel día todo cambiaría.
Como siempre ha ocurrido en la Historia con mayúsculas, ha sido la Madre Naturaleza la que ha marcado algunos de los grandes retos del ser humano. El Everest fue probablemente uno de los últimos límites , y la pareja formada por Hillary y Tenzing lideró y culminó aquella lucha titánica para llegar a la cima.
Sus nombres permanecen inmortalizados no solamente en el ámbito de la exploración o de la montaña, su legado será eterno en la Historia Universal de nuestro mundo. Ambos serán recordados durante siglos como los primeros en llegar, algo al alcance solamente de los grandes pioneros y exploradores
Mares bravíos, espesas selvas, desiertos temibles , montañas aparentemente inalcanzables , ríos inhóspitos o los polos han sido desde siempre lugares que han estado ahí esperando a aquellos que se atreviesen a conquistarlos. Esos lugares han conformado los sueños y pesadillas de todos aquellos que se lanzaron a la quijosteca aventura de descubrirlos y/o explorarlos.
Pero hoy no quiero hablar de la grandeza de esos hombres y mujeres que lograron aventuras y descubrimientos inolvidables. Hoy me he acordado de Hillary y de las emociones que experimenté visitando su museo en el Monte Cook de Nueva Zelanda. Su legado humanista y social sobrepasa con creces a sus dotes como montañero y explorador, y eso realmente le hace mucho más grande como ser humano.
Yo había llegado de noche a Christchurch , en avión desde Brisbane en Australia, por alguna razón especial me sentí más en casa en la tierra de los kiwis que en la de los canguros. Ya desde el inicio supe que tenía que visitar el museo que honra la memoria del hijo pródigo de Nueva Zelanda.
El Monte Cook me recibió con un paisaje sublime y majestuoso que me hizo olvidarme del pie retorcido que tenía y de los intensos dolores que me dificultaban el caminar. Allí en ese paraje lleno de hermosura era donde también descansaba el alma de uno de los últimos exploradores de la Historia, el bueno de Edmund Hillary. Ese antiguo apicultor convertido en mito eterno me mostraba algunas de las características de un país que me acogió como pocos.
Pero lo que más me impacto al estar allí en su museo no fue la prodigiosa epopeya del Everest, lo que emocionaba de aquel lugar era el fuerte contenido humanístico y social que emanaba del legado de un grandísimo hombre como Edmund Hillary. Los proyectos sociales con las gentes del Himalaya fueron la gran aventura en vida del inolvidable montañero neozelandés.
Hospitales y escuelas como proyecto en vida en su Himalayan Trust , una obra social que permanece más viva que nunca tras su fallecimiento. Las gentes del Himalaya y de su querido Nepal le recuerdan siempre, le quieren y le querrán a pesar de que han pasado ya seis décadas desde que conquistara su montaña más sagrada.
Mientras veía el cuidado museo mi alma viajera se contenía sus emociones al estar en un lugar donde quizá se recordaba al último explorador de nuestro tiempo. Pero lo que desde allí yo percibía era un fuerte contenido en valores que me recordaba un camino humanista con el que me identifico y en el que creo. El bueno de Hillary representaba por un lado el final de una época, pero también se proyectaba al futuro como un guía para muchos que le admiramos no solamente como aventurero, sino especialmente como persona y humanista.
Y allí en el Monte Cook mientras cerraba la puerta de aquel museo fue donde no pude contener las lágrimas ante el enorme mensaje recibido de todo un maestro. El bueno de Hillary me enviaba su brillo humanista y social desde un lugar mágico e incomparable: las bellas montañas de su tierra que al final también son las de todos….
Hoy la cita es : «No es la montaña a quien conquistamos, nos conquistamos a nosotros mismos» Sir Edmund Hillary
@Pau: Gracias amigo, sin duda que son inspiradoras y muy literarias esas historias viajeras de los grandes pioneros/exploradores 🙂
@PaK: Pues la verdad es que yo no tengo demasiado interés en subir hasta allí arriba, y creo que se nos sale de las manos el presupuesto que se necesita para ir hasta el Everest. Siempre nos quedará hacer un trekking por los Annapurna 🙂
Genial post Iván!!, y que grande Hillary. La cima del mundo… llegaremos a ella algún día compañero?, yo quiero saber que se siente 😉
Por cierto, yo también me sentí más agusto con los kiwis.
Historias de pioneros, me encantan!