La Real Academia de la Lengua Española define a la rutina como la costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática. No son pocas las veces que odiamos la repetición de momentos y hechos, otras en cambio, la pretendemos y buscamos por la recóndita razón que sea, placentera o no.
Escribo ahora antes de dormir y me vienen al recuerdo algunos de aquellos sueños que se repetían de forma rutinaria cuando empapado en sudor me despertaba dudando de si por fin estaba aprobada la maldita y odiada asignatura. Con media decena de libros en la mesita de noche también me recreo ante el acto de leer y el ir rumbo a la Biblioteca o la librería más cercana, bien sea con frío en invierno o con calor en verano. Al fondo del armario veo la mochila y pienso en la misma rutina de prepararla a última hora metiendo cuatro trapos.
Sea como fuera, la rutina viene a recordarnos que vivimos en un mar de contradicciones en función de las circunstancias o el momento que nos ha tocado vivir.
Rutinas varias que pueden agradar más o menos, pero que sin duda van latiendo diariamente con fuerza, como una gota que cae repetidamente de forma idéntica o diferente a la de su predecesora. La propia vida, a veces en línea recta con el piloto automático, otras en cambio dando volantazos y esquivando los guantazos de los altibajos propios de quien vive y siente por los cuatro costados.
Levantarse antes de que amanezca, ver las mismas caras al cruzar la calle, mirar a través del espejo de cualquier tren, coche, metro o autobús que nos lleven a una Universidad o al trabajo un día cualquiera, sea gris o soleado. A veces la rutina se agradece, otras en cambio nos mata y asquea, todo depende del ángulo con el que se mire.
Seguramente sabes bien de lo que hablo, al final todos vivimos rutinas, pueden ser positivas o negativas dependiendo de diversos factores. Yo a veces pienso en ello, no solamente cuando voy o vengo del trabajo, también lo hago cuando leo un libro, al acudir a la misma librería, repitiendo una vez más en aquel restaurante que tanto me gusta o ahora mismo que me da por escribir un post mezclando notas apuradas tomadas en una eterna libreta negra.
Añorar la rutina de sentarse frente al mar en una playa desierta y maravillarse viendo como cae el sol. Añorar despertarse alarmado al escuchar la intensa ventisca del mar en una playa majestuosa a miles de kilómetros del lugar donde nací. Añorar el sentirse extraño al caminar por calles desconocidas y escuchar idiomas extraños. Añorar la rutina de sentir la adrenalina a flor de piel al dar vueltas y perderse entre el gentío de aglomeradas megalópolis. Contradecirse al añorar unas veces la rutina de dormir en la cama de siempre y otras pensar en aquellas emociones sentidas al depertarse en camas diferentes que nunca volverás a sentir.
El Camino de Santiago me descubrió y reconfortó con algunas de las rutinas que verdaderamente merecen la pena en la vida. Levantarse al alba cuando una buena parte de peregrinos ya habían salido del albergue, cerrar una mochila ligera, salir a la calle, ver el amanecer sobre los campos, escuchar a los pájaros y su regalo formando una banda sonora tan especial como hermosa y perfecta. Seguir tus pasos tras las indicaciones de flechas amarillas. Añorar el acto de encontrar un bar agradable donde desayunar a primera hora y sentarse a reflexionar sobre el camino recorrido y el que queda por hacer.
Todo aquello del caminar resultaba sencillo y rutinario, pero tremendamente grato y hermoso. Caminar y caminar para descubrir una forma diferente de viajar, algo que quedó dentro y que de una forma u otra debería repetirse en el futuro cercano. Agradables y enriquecedoras rutinas donde solamente cambia el lugar, pero donde se repetía de forma casi automática aquello de dar un paso tras otro y el intercambiar un buen camino con otras gentes que como uno se habían lanzando al mismo ritual diario.
Todos los años y desde hace siglos son miles los caminantes que repiten aquella misma rutina rumbo a Santiago. Las motivaciones de lanzarse a caminar y realizar una rutina semejante siguen siendo diversas: fe, aventura, deporte, espiritualidad, cambio y humanismo son solamente algunas palabras que me vienen ahora mismo a la mente.
En aquel camino aparecieron personas inolvidables, tuve la suerte de caminar, compartir momentos y estar con gente noble, sencilla y humilde. Han pasado cuatro años y de muchas de ellas no he vuelto a saber nada, algunas otras en cambio se quedaron para siempre dentro del especial círculo que uno tiene en forma de amistad cercana y sincera.
Ha llegado el momento de volver a pensar en viajar caminando y en leer y escribir sobre el caminar. Pienso de nuevo en ello cuando recuerdo la salida de Lisboa y camino rumbo al norte con mi buen amigo Veiga. Dejamos ya atrás el vetusto y hermoso barrrio de Alfama y el moderno Parque de las Naciones para darnos cuenta de que el sol nos dará la espalda en nuestro primer día y que la lluvia será nuestra compañera.
Y ahora escribo todo esto lejos del Atlántico, frente al Mediterráneo, recordando aquello de que se hace camino al andar y de que la vida es una broma donde la rutina y la aventura se mezclan unas veces para alejarse otras muchas.
El camino proveerá, Ultreia….
Hoy la cita es: «Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante» Agatha Christie
He estado leyendo varias de tus entradas y son buenas, pero podrias hacer más grandes las fotos para poderas disfrutar y envidiar un poco más.
Y por cierto puedes romper la rutina comprando paquetes con hotel en lugar de hosteles, 😀 jaja. Saludos
Viajar es poder encontrarte a ti mismo, disfrutar de la vida, vivir, sentir las mejores emociones al ver el lugar que siempre soñaste y sabes que estas ahí. Me encanta como escribes me gusta mucho las reflexiones que diste y las pudiste compartir con muchas personas.
Gran experiencia y buenas reflexiones, gracias por compartirlas 😀