Finisterre reluce en el extremo oriental de Galicia como un punto lleno de magia, hermosura y simbolismo. Allí, en la hermosa costa gallega se mezcla el mar con la realidad de la propia existencia. Y es que como si de un mensaje de la propia vida fuera, en aquellas tierras marineras el bravío Océano todavía lleva el apellido de la muerte.
El Atlántico ruge aquí con una fuerza inusitada, quizá por eso se siente desde hace siglos una energía especial donde el poder de la naturaleza se mezcla a un sentimiento salvaje en el que la belleza extraordinaria tiene halos misteriosos.
Y además, como premio adicional ante la majestuosidad del paisaje, el Océano nos regala aquí unos frutos del mar que saben como en casi ningún otro lugar del Planeta Tierra.
Durante mucho tiempo Finisterre fue un lugar lleno de simbolismo, aquí era donde se creía que acababa el mundo conocido, más allá solamente estaba el tenebroso mar y la incertidumbre de tierras lejanas. Cuesta pensar en aquellos tiempos, pero a poco que uno deje volar la imaginación puede soñar que hubo un tiempo en que fue así.
Más allá del peregrinaje personal, espiritual o religioso que tuvo y tiene el propio Camino de Santiago, hubo un tiempo donde Finisterre tenía una carga simbólica para los celtas: Siguiendo el culto al “Ocaso del Sol”, (es decir, al Erebo), marchaban los peregrinos, obedeciendo la vieja tradición céltica del Ara solis, hacia el Nerio hasta llegar el cabo sagrado de Finisterre, para celebrar la muerte del Sol.
Cuando miraba el mapa con el hermoso recorrido que marcaba la ruta del Camino de Santiago sentí desde el primer momento que si lograba terminar mi peregrinaje debía hacerlo frente al mar. El lugar a tan largo camino debería ser obviamente en ese Finisterrae que desde hace siglos indicaba un supuesto final del mundo conocido.
Imaginariamente, en aquellos días previos a partir, ponía mi dedo índice sobre aquel recorrido milenario y veía pasar por mi imaginación la infinidad de pueblos, paisajes y gentes que me debería encontrar. Era una búsqueda más de un final apropiado para tan especial viaje, un sentimiento que sin duda me recordaba al del Transiberiano cuando busqué el final en aquel lugar de Shanhaiguan donde el Océano Pacífico se cruzaba con la muralla china.
El final debería ser el mar, dejar de lado el masivo simbolismo de Santiago de Compostela y abandonar la hermosa urbe gallega para proseguir camino hasta el lugar donde la tierra se acababa y se daría por concluido el infinito viajar que nos decía el bueno de Claudio Magris. Los finales felices o los tristes adquieren una dimensión diferente frente al mar con la inmensidad del infinito azul y con la soledad de nuestros propios pensamientos.
No encuentro explicaciones racionales, pero hay algo mágico cuando uno puede disfrutar de los lugares marineros donde la brisa del océano nos golpea en el rostro y nos permite divisar los horizontes no acotados en los que la mirada se pierde en la lejanía. Creo que no hay un mejor final posible para acabar un viaje como el Camino de Santiago.
Es quizá algo simbólico y si se me apura místico, pero a todas luces es algo especial y para el que esto escribe son momentos mágicos e inigualables. Tener un final frente al mar en un viaje como el Camino de Santiago hace que se cruzan demasiadas emociones y recuerdos, uno no puede dejar de pensar en la singularidad del Camino recorrido y en todo lo que ha dejado atrás. Vienen fragmentos e imágenes con todo lo visto y conocido, pero además aquí hay una enorme carga humanista del preciado viaje con todas las personas que se han cruzado en el Camino.
Las olas frente al mar, el aire con su salitre, las gaviotas sobre nuestras cabezas y el ocaso del sol en el lejano horizonte fueron a mi entender el perfecto final de un viaje mágico y a la vez sirvieron como punto de reflexión sobre el Camino recorrido. Allí, al lado del faro de Finisterre uno creyó encontrar el marco perfecto para cerrar un Camino y empezar con los nuevos pasos del siguiente. El propio simbolismo de desprenderse de algo material que nos ha acompañado sirve como una muestra de humildad y respeto a la Naturaleza, al Camino y ante uno mismo.
Los caminos recorridos y mi propio peregrinaje adquiere aquí más sentido que nunca y refleja aquello de que lo viejo debe morir para dejar paso a lo nuevo…
Hoy la cita es: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos». William Shakespeare
Hola Carlos. No hay duda de que es un lugar con mucha magia y encanto. En mi caso fue muy especia llegar a Finisterre tras caminar desde los Pirineos. Un abrazo y Ultreia 🙂
Estoy totalmente de acuerdo contigo Iván, cuando en 2003 caminé los 8 caminos de Santiago en Galicia, dejé para el final el de Fisterra, Finisterre, porque ese lugar siempre ha sido especial para mi, y la sensación de plenitud al borde del acantilado del faro de Fisterra después de 1.400 km caminando casi me dio alas para lanzarme al Atlántico y no parar hasta llegar a nuevos mundos