Corría el año 1959 cuando el Premio Nobel de Medicina fue a parar a Don Severo Ochoa, un asturiano universal que nació en la hermosa villa marinera de Luarca. En aquellos tiempos, mis padres acababan de nacer y yo simplemente era un proyecto de futuro.
Medio siglo después del reconocimiento a Don Severo, yo era un mozalbete que entraba en la incierta década de la treinta dando una vuelta al mundo con su mochila al hombro. Una buena parte de aquel viaje estaba focalizado en el continente asiático, un contrapunto a la tranquilidad y paz que se respira en las hermosas villas marineras que miran al Mar Cantábrico donde nací.
Desde aquel año y hasta ahora, a pesar de estar lejos, no son pocos los días en que miro con cariño y nostalgia al lugar de donde vengo. Don Severo Ochoa siempre me ha parecido un símbolo, no solamente por haber alcanzado el galardón científico más reconocido, también lo es por haber ensanchado su vida y las raíces de sus orígenes con el conocimiento y el mundo.
Como tantas cosas en la vida, uno va haciendo camino al andar y son muchas las veces en las que se navega por este mundo contradictorio e incierto, ajustando las velas, marcando el rumbo, intuyendo un nuevo horizonte y divisando tierras donde amarrar. Las referencias al mar son una buena metáfora de la propia vida, allí donde se cruza la necesidad de partir para poder seguir viviendo y los anhelados regresos al hogar.
Es evidente que las circunstancias de cada uno son variables y dependen de muchos factores, algunos vienen dados, otros son buscados y no pocos pertenecen a las circunstancias del propio azar. Con el paso del tiempo, y a pesar del agrado de ver mundos lejanos, uno empieza a valorar más la suerte que tiene, en familia y amigos.
No son pocas las veces en las que uno vive la felicidad entre las vertices afilados de un ángulo de 180 grados, un espacio difuso y mestizo por naturaleza donde los blancos y negros se diluyen en un arco iris de colores. Los extremos muchas veces se dan la mano y otras se cruzan sin mirarse ni siquiera a los ojos, pasando del calor de una comida compartida con la gente que te quiere a la soledad cuando toca estar a miles de kilómetros.
Aunque nací en Oviedo. siempre he sentido una especial conexión entre la cercanía de mis raíces familiares en Luarca y la lejanía que hay en Asia. Quizá la respuesta a la primera de tales causas sea muy sencilla y simplemente es debido a que mi familia materna viene de la zona del concejo de Valdés, cuya capitalidad la tiene precisamente la hermosa villa blanca donde nació Don Severo Ochoa. La fascinación y el interés por Asia es derivado de muchos otros factores como la lectura, la aventura y la atracción por el caos, el exotismo y la diversidad en gentes y culturas.
Ahora miro con una sonrisa las últimas semanas y veo postales, fotos y escritos de muchos lugares, momentos que se mezclan con sonrisas, besos y abrazos de mi familia en Luarca y otros que tienen el carácter propio de Asia. A lo lejos resuenan todavía nombres en la lejana China que son vistos por primera vez, también los regresos a urbes increíbles y fascinantes como Pekín, Bangkok, Chiang Mai y Singapur.
Momentos que ya son nuevos recuerdos vividos, los tiempos se cruzan entre familia, amigos o en soledad. Se escuchan sintonías entre el amor, los kilómetros recorridos y las alas de unas raíces que se siguen ensanchando.
Necesito poder partir de nuevo rumbo al calor apàtrida de mis inquietudes, del descubrimiento, de los buenos libros y de la gente que quiero. El nuevo hogar permenece en interrogante, pero sigue la constante de que puede estar en cualquier lugar, su luz brilla tras el foco de luz que marca el faro de la añorada Luarca…
Hoy la cita es: «Tras el instante mágico en que mis ojos se abrieron en el mar, no me fue más posible ver, pensar, vivir como antes» Jacques-Yves Cousteau
Grande como siempre Ivanín, un gusto leerte